Dos poltronas y una
valija antigua de mesa ratona dan el tono melancólico vintage que la escena requiere. Hablamos. Oración donde
tácitamente nos encontramos en ese acto tan humano de pronunciar/se,
escuchar/se y responder/se.
Sujetos expresos
hablando, en ocasiones, tácitamente para no involucrarse más de la cuenta.
Predicados verbales simples para ser enfáticos, o compuestos
cuando nos asalta la verborragia. Predicados no verbales cuando tu mirada o la
mía, dicen mucho más de la cuenta. Y vamos modificando el discurso directa o
indirectamente, como quien no quiere la cosa. Y las aposiciones aclaratorias, y
los circunstanciales que dan las disculpas.
Es que esas palabras
con las que nos enseñaron a analizar el lenguaje, allá por la primaria o el
secundario, se quedan cortas cuando intentan capturar la escena que a distancia
me permito observar: el intenso y complejo flujo de signos y símbolos que se da
café en mano.
Aunque necesario, de
la educación formal hemos obtenido casi solamente el arte de diseccionar un
diálogo, pero no siempre la habilidad para su construcción. Pronunciar es un
acto que se inaugura con el cliché "papá" o "mamá". Y me
permito la aposición, aclarando que el cliché es para quien pronuncia y no para
quien oye. A partir de allí, un universo infinito de combinaciones fonéticas y
sintácticas se abre ante el curioso que desea saborearlas.
En el paso de los
años, incansables docentes se han dado a la tarea de enseñaron a estructurar el
lenguaje. Conocer sus partes y funciones, y así hacer un culto inconsciente a
la sintaxis. Sin dejar de lado, por supuesto, los usos y costumbres de esa pragmática
socialmente aceptada, que los hombres de bien debían aprender.
Pero café en mano,
el cantar es otro. La sintaxis y la pragmática son condiciones necesarias, pero
no suficientes. La semántica se vuelve dueña y señora. Porque al fin y al
cabo, qué objeto tiene que con maestría y ajuste a la situación se sapa
pronunciar frases hechas, si no se tiene la sensibilidad de comprender en la
escucha activa a quien se pronuncia. Incluso, si no se tiene la capacidad de
escucharse a sí mismo en esa charla y descubrirse en esa relación única con el
par oyente, qué razón tiene robarle silencios a la escena. A caso el pronunciar
tiene razón de ser fuera del escuchar.
Comprender,
comprenderse, en la palabra pronunciada y escuchada. Un acto humano sin
precedentes. Ser capaz de traspasar las barreras de la biología y del deber
ser. Salir del sí mismo llegando al otro y fusionarse en la construcción de un
sentido compartido y único a la vez. Acto en el cual uno es conocido y
reconocido, exponiéndose en lo más íntimo del ser, que es su pensamiento.
Atreviéndose a correr el riesgo de ser entendido por alguien que tiene el valor
suficiente de aceptar y asumir la responsabilidad que esa invitación conlleva.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMe encantó por muchos motivos. Pero por acá destaco sólo uno: el texto me gustó especialmente porque me trasmite que no importa si el receptor es un "buen/mal entendedor", no siempre las "pocas palabras bastan".
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