Bufanda al cuello,
medias de invierno, jean grueso y campera rompe viento. Es domingo por la tarde
y las ideas no sobran; al contrario, faltan. Subo al ascensor, bajo a la calle.
Abro la puerta y me encuentro por primera vez con el día.
Fresco, pero con el
arropamiento no lo siento. Un tanto gris, hasta con algunas gotas tímidas que
caen para completar la escena. Movido por la angustia del domingo
por la tarde (como algunos se han permitido llamarla) me doy a la suerte de recorrer
el camino de mis pies. Me convenzo, a medias, de encontrar en el recorrido
alguna historia que me permita escribir. Pero para asegurarme que la caminata
no sea infructuosa, pongo a mis pasos la voluntad de encontrar algo dulce para
el estómago.
Recorro entonces las
calles, las vidrieras, los rostros. Observo, indago. Fuerzo alguna escena
tratando de encontrar una historia encubierta, y me encuentro a mí mismo
cayendo en clichés que en las letras
sobran. Finalmente, me doy a la suerte de no pensar, aunque me reprocho la poca
creatividad.
No puedo; entonces
pienso, pero aún más, siento. Los pies por el suelo, los ojos revueltos y la
mente en piloto automático. Y después de unos metros me encuentro. Alienado hacia adentro. Separado, silenciado,
desconectado. Me encuentro intencional y personalmente interrumpido, pero me
encuentro.
Entiendo allí el
tinte gris de la escena. Veo, donde se posan mis ojos, algo de lo que llevo
dentro. Y al sentir el entramado de blancos y negros, percibo un atisbo de conexión conmigo mismo. Comprendo entonces que la conciencia huye ante la
realidad. Que la cabeza y el corazón recorren caminos distintos para no pensar
lo que siento, y para sentir lo que no pienso.
Acepto que hace
falta hacerse cargo de los platos, no desde la figura del arrepentido que busca la
reducción de su pena, ni como quien busca una amnistía negligente; mucho
menos asumiendo procesiones meritorias. Más bien, mirando a rostro descubierto las
realidades, pronunciándome los silencios y sintiéndome en carne viva. No careteándome los emociones, ni mintiéndome en
mis estados, sino declarándome las verdades verdaderas.
Que palabras tan significativas Mariano!! Según lo que cada uno este vivenciando en el momento de su lectura, son sensaciones diferentes. Me he sentido muy identificada. Me parece que muchas veces queremos encontrar en el "afuera" lo que necesitamos "mirar", "visualizar con claridad", "desentrañar hasta la esencia mínima, básica y elemental" lo que nos esta sucediendo, la historia que se está escribiendo en el propio devenir de la vida misma mientras respiramos y tomamos decisiones. Luego hacemos conciencia que basta con mirar nuestro propio interior y sin pudor ni vergüenza ver nuestra desnudez y auto-reconocernos. Re-conocernos. Y hasta quizá volver a construirnos. Pero primero debo desconstruir y luego re-construir. Tarea nada sencilla, pero muy posible. Nuestra subjetividad esta constituida ya... Pero aún se sigue constituyendo y seremos los arquitectos de nuestro destino.
ResponderEliminarGracias de nuevo, por masticar y digerir el texto. Gracias también por identificarte y poderte meter en la historia. Un abrazo Cris!
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarCaminante son tus huellas el camino y nada más,
ResponderEliminarcaminante no hay camino, se hace camino al andar.
Al andar se hace camino y al volver la vista atrás,
se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarNo sé si un día lograré encontrarte sin la palabra justa.
ResponderEliminarGracias. :D