viernes, 18 de noviembre de 2016

SE FUE YENDO

Y se fue, se fue yendo. Nadie supo bien a donde. Ni él supo, quizás.
Una mañana cuando el sol despuntaba y el mate quemado humeaba, pronunció la frase.

"Me voy donde me lleve el viento", frase hecha si la habrá.
Promesa de muchos, travesía de pocos.

Grandes fueron los ojos de la china, cuando lo vio cruzar el alambrado,
y como sin ver más allá de sus pies, caminar a paso seguro por camino incierto.

La china quedó muda. Guardó silencio elocuente, ante tan descabellada situación.
Ni su sexto sentido alcanzó para dimensionar la veracidad de las palabras.  

La china reforzó el silencio, y vio el reloj en sus idas sin vueltas.
Y se le escurrieron las horas, y el finado no volvió.
 
Y el almanaque quemó los días y los meses,
pero de donde se fue, nunca volvió.

No hubo deudores, ni hubo vidas paralelas.
No hubo ajuste de cuentas, ni hubo hastíos aparentes o presuntos. 

Un día se fue, se fue yendo. Nadie supo bien a donde. Ni él supo, quizás.

Un día se fue, se fue yendo. Con los suspiros de su china y algún que otro deseo más.

viernes, 11 de noviembre de 2016

LA OTRA CARA

Brazos extendidos, mirada vagabunda, oídos cargados. Mientras el tiempo pasa, las peleas cotidianas se suscitan. Pero es más la costumbre que el interés. Me mantengo firme, porque así lo demanda la situación, y el hábito. En mis brazos se sostiene una pelea que si la dejo caer se enrolla más.

Frente a frente con ella, sus ojos negros y los míos se cruzan ocasionalmente. Insiste en contar historias que le ganen al reloj. Habla, como quien le teme al silencio. Yo ignoro, y asiento como quien escucha. "Sostené bien los brazos, que se me enreda la lana". La miro, y entiendo sin que diga, que mejor es no decir. 

Brazos extendidos, mirada vagabunda, oídos cargados. Mientras el tiempo pasa, las peleas cotidianas se suscitan. Pero es más la costumbre que el interés. Me mantengo firme, porque así lo demanda la situación, y el hábito. En mis brazos se sostiene su entereza, que si dejo caer se enrolla entre los pies.


Frente a frente con ella, sus ojos negros y los míos se cruzan ocasionalmente. Insisto en dar órdenes a un oído que solo atiende elucubraciones. Hablo, como quien teme a la tragedia. Ella ignora, y asiente como quien escucha. "Pisá bien mamá! ¿Cómo te dijeron que tenés que hacer?". Me mira, y entiende sin que diga, que mejor es no decir.