Y se fue, se fue
yendo. Nadie supo bien a donde. Ni él supo, quizás.
Una mañana cuando el
sol despuntaba y el mate quemado humeaba, pronunció la frase.
"Me voy donde
me lleve el viento", frase hecha si la habrá.
Promesa de muchos,
travesía de pocos.
Grandes fueron los
ojos de la china, cuando lo vio cruzar el alambrado,
y como sin ver más
allá de sus pies, caminar a paso seguro por camino incierto.
La china quedó muda.
Guardó silencio elocuente, ante tan descabellada situación.
Ni su sexto sentido
alcanzó para dimensionar la veracidad de las palabras.
La china reforzó el
silencio, y vio el reloj en sus idas sin vueltas.
Y se le escurrieron
las horas, y el finado no volvió.
Y el almanaque quemó
los días y los meses,
pero de donde se
fue, nunca volvió.
No hubo deudores, ni
hubo vidas paralelas.
No hubo ajuste de
cuentas, ni hubo hastíos aparentes o presuntos.
Un día se fue, se
fue yendo. Nadie supo bien a donde. Ni él supo, quizás.
Un día se fue, se
fue yendo. Con los suspiros de su china y algún que otro deseo más.