martes, 24 de mayo de 2016

EL SEÑOR DE LAS REDES

Molesto, triste, confundido. Malhumorado, embrollado, revuelto. Aunque ninguna de ellas termina de ser la adecuada. Lavo las redes, mientras el día aclara, y sigo buscando la palabra que se me escapa. Descorazonado, sí, descorazonado; esa es la palabra.

El bullicio de las aves, y el gentío que se acerca, de algún modo cortan el silencio enlutado de las barcas silenciosas. El Maestro enseña y la gente se amontona. Hoy no hay ganas suficiente para escucharlo; continuo con las redes. Se acerca cauteloso, y como quien no fuera dueño de nada, el Señor de los Mares me pide mi barca. Se sienta en ella, la alejo un poco de la costa, y en primera fila escucho como enseña a la gente.

Descorazonado uno escucha menos. Descorazonado uno entiende menos. Descorazonado uno quiere menos. Pero el Señor no se impacienta, solo aguarda el momento justo. Viéndome inmerso en mis elucubraciones, pide: "Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar". Descorazonado, sí. Esa es la palabra.

Lo miro, y no le entiendo. Lo miro, y esas horas extenuantes de lucha contra el mar se amontonan en mis brazos. Lo miro, y los embates mentales una vez más recrudecen.  "Las redes, el mar, y la noche… durante el día?". "Si Rabbí - pienso para mis adentros - creo en vos, pero si Juan el Bautista… si la gente de Judea… si los rabinos y sacerdotes…. qué nos asegura que…". El absurdo de la empresa presente y futura, lo desesperado del momento y de los tiempos venideros, la incertidumbre y las ansiedades. Todo. Todo se amontona en mi rostro enjuto, y replico: "Maestro, toda la noche hemos estado trabajando, y nada hemos pescado…". Un silencio. Una pausa donde la eternidad se juega en un instante, y concluyo la frase: "más en tu palabra echaré la red".

Y una vez más, remar. Y una vez más, ir hacia lo incierto. Y una vez más, descorazonado. Y tirar las redes incrédulas, y no  esperar lo impensado, y tomar las cuerdas como quien no quiere la cosa, y darse cuenta de que todo se ha ido de las manos. Y de pronto, de pronto, súbitamente el estupor. El breve estupor de quien tiene en sus manos el peso de lo deseado. La sensación de estar ante quien lo cotidiano queda desarticulado. La convicción de la protección en el desamparo. Y la seguridad, la seguridad de estar ante al Señor de las Redes.


"Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador", replico mientras en el suelo con ahínco me aferro a sus pies. Con voz segura, y cálida a la vez, susurra: "No temas, desde ahora pescarás hombres".  

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