Existen relatos
superpuestos, yuxtapuestos o incluso algunos opuestos. Es que un elemento no es
lo que es, sino lo que significa. Pero la cuestión es que existen tantos significados como hombres sobre esta tierra.
Redondeada, perfecta
e incluso multicolor. Así supiste describir tu burbuja. Por años la viste, la
viviste, así. Dijiste que allí creció tu inocencia y se ramificaron tus sueños.
Jugaste, creciste, mirando todo desde su interior. Resguardado. Protegido. E
incluso, un poco ingenuo.
Pero un día, un día
de esos que siempre llegan, que a todos nos llegan, la burbuja se pinchó. Y
escribiste tu dolor, lloraste tu desilusión, y con la garganta anudada
vomitaste en un papel tu indefensión. Dijiste que el día que eso ocurrió
saliste a buscar la ayuda que en nadie supiste encontrar. Con dientes
apretados, dijiste y acusaste que cada quien se encontró ocupado en su propia
burbuja. Que a nadie le importo. Y sabés? A mí, sí me importó.
Un día, un día de
esos que siempre llegan, que a todos nos llegan, mi burbuja también se pinchó.
El clima templado, la luminosidad constante, e incluso ese suave sostén en las
caídas, todo desapareció. Por primera vez el viento gélido de las noches. Por primera
vez el calor abrasador de los días. Pero sobre todo, por primera vez las caídas
sin el suave rebote de mi burbuja.
Entendí entonces tu
caída. Lloré a gritos mudos mi dolor. Y pensé que había quedado afuera. Que no era parte del mundo de los que tienen burbuja. Y para colmo, para colmo, te
miré y seguías rechinando los dientes. En tus ojos estaba el anhelo de lo que
ya no era, mientras rumiabas la suerte de quienes conservaban su esfera
multicolor.
Te miré, pero fue
por poco tiempo. Antes de que me diera cuenta un sinfín de manos me rodearon.
Hombros fuertes se ofrecieron para dejar correr mis lágrimas. Cálidos corazones me
hicieron palpitar de nuevo, y trajeron el aliento que el susto de la explosión
me había quitado.
Hoy miro hacia atrás
y el recuerdo es inevitable. ¿Sabés quiénes fueron? Todos aquellos que ya no
tienen burbuja, pero decidieron dejar de
llorarla. Aquellos que con sueños rotos, pies cansados y corazones maltrechos,
decidieron seguir adelante y acompañar en ese camino a quienes tienen las
agallas de seguir.