jueves, 30 de junio de 2016

BURBUJAS

Existen relatos superpuestos, yuxtapuestos o incluso algunos opuestos. Es que un elemento no es lo que es, sino lo que significa. Pero la cuestión es que existen tantos significados como hombres sobre esta tierra.

Redondeada, perfecta e incluso multicolor. Así supiste describir tu burbuja. Por años la viste, la viviste, así. Dijiste que allí creció tu inocencia y se ramificaron tus sueños. Jugaste, creciste, mirando todo desde su interior. Resguardado. Protegido. E incluso, un poco ingenuo.

Pero un día, un día de esos que siempre llegan, que a todos nos llegan, la burbuja se pinchó. Y escribiste tu dolor, lloraste tu desilusión, y con la garganta anudada vomitaste en un papel tu indefensión. Dijiste que el día que eso ocurrió saliste a buscar la ayuda que en nadie supiste encontrar. Con dientes apretados, dijiste y acusaste que cada quien se encontró ocupado en su propia burbuja. Que a nadie le importo. Y sabés? A mí, sí me importó.

Un día, un día de esos que siempre llegan, que a todos nos llegan, mi burbuja también se pinchó. El clima templado, la luminosidad constante, e incluso ese suave sostén en las caídas, todo desapareció. Por primera vez el viento gélido de las noches. Por primera vez el calor abrasador de los días. Pero sobre todo, por primera vez las caídas sin el suave rebote de mi burbuja.

Entendí entonces tu caída. Lloré a gritos mudos mi dolor. Y pensé que había quedado afuera. Que no era parte del mundo de los que tienen burbuja. Y para colmo, para colmo, te miré y seguías rechinando los dientes. En tus ojos estaba el anhelo de lo que ya no era, mientras rumiabas la suerte de quienes conservaban su esfera multicolor.

Te miré, pero fue por poco tiempo. Antes de que me diera cuenta un sinfín de manos me rodearon. Hombros fuertes se ofrecieron para dejar correr mis lágrimas. Cálidos corazones me hicieron palpitar de nuevo, y trajeron el aliento que el susto de la explosión me había quitado.

Hoy miro hacia atrás y el recuerdo es inevitable. ¿Sabés quiénes fueron? Todos aquellos que ya no tienen burbuja, pero  decidieron dejar de llorarla. Aquellos que con sueños rotos, pies cansados y corazones maltrechos, decidieron seguir adelante y acompañar en ese camino a quienes tienen las agallas de seguir.  

jueves, 23 de junio de 2016

LAS PALABRAS

Un manojo de carcajadas y alguna lágrima socarrona que se escapa. Trata de explicarme tentada, mi hermana, esa palabra que apenas puede pronunciar. "Las corvas, las corvas". "Qué qué?" - pregunto. "Que tu madre dice que le duelen las corvas". Y explotamos en risa de nuevo, mientras ella y sus dolores no comparten la carcajada. Se queja mi progenitora, acentuando la costumbre, y tratando de adoctrinarnos con su palabra.

El obituario colectivo esconde entre sus anaqueles palabras que el tiempo intenta borrar. Por costumbre, por desuso o porque otros no las entienden, nos llamamos a la tiranía de hablar como todos lo hacen, de usar cortas palabras que resumen el pensamiento popular y dan marco suficiente a las charlas superfluas que rumia la sociedad.

Una sobre mesa y el hervor del agua que rellena las tazas desprende un aroma a frutos rojos que tiñe la escena. La charla discurre lenta y pensativamente; como la costumbre lo pide y los convidados disfrutan. Sale entonces esa frase que desde entonces guardo en mi memoria: "es que siempre lo decimos, en realidad los sinónimos no existen".

Puede el que enuncia decir que la tristeza, el pesar y la angustia son todas a la vez una misma cosa. Pero pregúntenle a quien se le anuda la garganta y se le cierra el pecho sí hablar de tristeza es suficiente. Lo grande, pesado y profundo del dolor no puede grabarse en un "anda mal". Cada palabra en su semántica, sonoridad y afectividad, adquieren una función única, irrepetible y necesaria. Que me traten de colifato por elucubrar cada término, pero no encuentro forma más fiable de representarme lo que veo.

Pasaron los años y revisando apuntes de tierras extrañas, la carcajada volvió.  Se vuelve inevitable entonces el recuerdo, y me vi en la obligación de reconocer mi/nuestro error. "Mamá a que no sabés que encontré leyendo para la maestría, si existían las corvas".

jueves, 16 de junio de 2016

UN NADIE

Un nadie.
Un nadie de escasos seis años.
Un nadie de guardapolvo sucio y pantalones gastadas.
Un nadie con madre ambulante y padre prestado.
Un nadie con sonrisa triste y pies inquietos.
Un nadie con la panza vacía y la mirada cargada.

Un alguien.
Un alguien de sobrados años.
Un alguien que ostenta guardapolvo y rulos blondos.
Un alguien con dientes apretados y seño malhumorado.
Un alguien que con brazo violento sacude al enano.
Un alguien que con rostro desencajado, enuncia desenfrenos.

Puertas adentro, un pensamiento se revuelca y estrangula.
Puertas adentro, un pensamiento busca aclaraciones para la sinrazón.
Puertas adentro, una emoción se retuerce y golpea.
Puertas adentro, una emoción se indigna impotente.
Puertas adentro, un pensamiento embotado de emoción reza:
la profesión y el guardapolvo, hoy han quedado manchados. 

jueves, 9 de junio de 2016

PREGUNTAS Y RESPUESTAS

Mil respuestas para una pregunta nunca hecha.
Mil preguntas para un respuesta inexistente.
Un mar de palabras y ninguna solución a la vista.

Niño de puños descuidados,
zapatillas embarradas,
y cuadernos atolondrados.

Te miro y tu rostro me detiene.
Tus ojitos enturbiados, tu sonrisa agarrotada.
Una pena muda y tus brazos entrelazados.

Mil respuestas que no encajan,
mil preguntas que no alcanzan.
Un mar de dimes y diretes,
y tu historia que no para.

Un dibujo, un llanto,
un comentario a la seño,
una patada al compañero.
Te miro.

Te miro, y el asombro.
Te miro, y la desidia.
Te miro, y la impotencia.
Te miro, y me preocupas.

Solo pido a ese Dios nuestro,
que las idas y venidas,
que las preguntas y respuestas,
un día terminen en tu cuidado.

martes, 7 de junio de 2016

SILENCIOS

Rostro enjuto, pelo anidado. Una pena en el alma te hace entrar gritando. Algunos creen que el chascarrillo o el golpe del recreo, pero ha sido aquello que no has contado.

Cubres tu cabeza, tapas tu rostro. Escondes así tus ojos de esa realidad que tanto desprecias. Te toman, sujetan tu brazo y, con firmeza apática, piden te tranquilices. Que levante la mano el niño que con un grito se calma! - ironizo en mis entrañas. 

Tan pequeño y tan turbado. Pocos días y demasiados llantos. Así la vida desordenada de quienes no pensaron en ti, dejan marcas que el tiempo no sabrá borrar.

Me acerco, reverente. Toco tu espalda. Te llamo por nombre, y cuando me miras, respetuoso pregunto si el mío quieres conocer. Aceptas, entonces me presento. Pregunto qué pasó, pero no quieres hablar. Entiendo, entonces te invito a la rutina de hacer lo debido; los deberes. No es momento, no quieres.

Propongo entonces ordenar las cuestiones. Guardamos el libro, juntamos las migas. Tomas el envoltorio abierto, los restos del sacapuntas. Colocamos las hojas en su lugar, y de a poco el escritorio se vuelve otro. 

Insisto, como el deber demanda, y aceptás. Completamos los renglones, buscamos en el diccionario. Copiamos del pizarrón y de a poco avanzamos. Pero te vas. Te vas en tus cavilaciones que poco tienen de niño. Te vas y te pierdo.

Pregunto - en qué pensás -, y me decís que en nada. Insisto. Decís que - en un juguete -. Te miro y tus ojos están lejos. Te perdiste allá, en algún recuerdo, o en algún intento por no recordar. 

jueves, 2 de junio de 2016

INVENTO DE UNA TARDE DE OTOÑO II

Alguien preguntó una vez, ¿qué sabe el pez del agua donde nada toda su vida? Matilde no mucho.

Contaron que aun cuando nadie la esperaba, por sorpresa los tomó en un buque. Llegó de apuro la sietemesina, y así vivió su vida. Dicen que antes del año ya corría, y al año y medio discutía con los peces. De la escuela se escapaba a cada rato, y cada vez que con locura la buscaban, las maestras la encontraban en la costa, absorta, obnubilada, perdida en el horizonte ondulante. Así se forjaría a temprana edad y a paso agigantado, ese amor que no tendría fin.

No era raro verla por el pueblo yendo hacia la costa. Iba rápido, siempre apurada. Algunos decían que cuando la marea bajaba, ella corría más, como si temiera quedarse sin su mar. Ahora sí, cuando llegaba, quedaba inmóvil; una serenidad inconmensurable parecía poseerla.

La gente decía que no era raro encontrarla días enteros en la costa. Allí amanecía, cazaba y comía. Nadaba, disfrutaba y se espaciaba. Tal era su conexión con el mar que decían que sus ojos cambiaban con él. Oscuros en las tormentas, cristalinos en la calma, bravos en las trifulcas.   

No era muy dada con la gente. De hecho no se le conoció amigos ni amores. Su compañía decía ella, era su mar. Ya de grande se hizo un tugurio en la costa, desde donde pudiera ver como los astros emergían, cada mañana y cada noche, de las entrañas mismas del abismo acuoso. 

Pero llegó un día, cuando con malicia los jóvenes del pueblo la buscaron. Trataron de hablarle aunque los esquivó. Hasta que oyó que del mar hablaban y allí atendió. Le dijeron con cordura elocuente que si se lo proponía podría cruzar el mar nadando en un día; así podría conocer su mar del otro lado. La broma parecía divertida, porque nadie creía que fuera a intentarlo.

Y así un día la risa se convirtió en llanto, cuando la broma se volvió tragedia. A conocer su mar se había ido, y de allá nunca volvió. Muchos decían que era idiota de nacimiento y por eso deambulaba por las costas. Yo creo que como pocos supo elegir lo que quería y hacer de su pasión una vida.