viernes, 10 de marzo de 2017

PETRONA TRIPAILAF

Son las once cero tres, y en Cerro Cóndor el último despistado se acercó a la radio. LU20 es lo única voz que se escucha por estas horas. Lleva nueve días el mes de marzo, y este año que se promete de cambios, sigue igual de ligero. Todos esperan que aquel que está del otro lado, diga algo de quien más esperan.

Hubo noticias para Dos Lagunas, Los Altares, Gobernador Costa y hasta para Colicheo, pero parece que no hay novedades para Cerro Cóndor. Las viejas de la manzana se lamentan, porque no habrá tema para el mate de la tarde. Los hombres del campo resignan un día más de espera de lo necesario para el trabajo. Pero justo antes de terminar, el locutor menciona: 

Para Petrona Tripailaf,
su cuñada le hace saber que mañana jueves va Antonio a buscarla.
Le ruega que esté preparada.

"La Petrona! Y el Antonio?" Las viejas se regodean relamiéndose los bigotes. "Uste´ la viera!" se le escapó en el mercado a doña Cracia frente al almacenero. Ruborizada se comió los gestos, y recordó que Antonio es amigo del dueño. En la bolsa amontonó el pan con la carne, rogando que no se quiebre ningún huevo, y luego apresurada corrió para borrar la incómoda situación. "Vieja alcahueta" masticó el Alberto, e hizo pasar a la caja a la que siempre pide fiado.

Ya en la calle, Cracia acelerada y elucubrante, se estroló contra un postigo. Fue tanto el ruidaje de las maderas ya añejas, que doña Aurora, siempre propensa a la ventana, se asomó con premura para retar a los niños atolondrados. Se tragó las palabras cuando vió que Cracia, la esposa del hacendado, era la afortunada que aún conservaba el equilibrio. Las pantuflas sonaron en la escalera de la puerta principal y rápido se echó al piso a juntar con Cracia el pan desparramado, la carne chorreante y los vestigios de los escasos 6 que ahora eran 3 huevos.

"Uste´escuchó?" con sorna dijo Aurora. "La Petrona y el Antonio" guiñando a medias un ojo medio tuerto. Pero Cracia no volvía en sí, y sin querer aplastó otro huevo. La clara y la yema, y Yema la tía de Antonio, que le decía: "ese siempre cae parado". Recobrando la postura y acomodando el vestido sentenció: "ya le había dicho yo, pero uste´ no me creyó".

Siguió el paso, y Aurora se encerró para discar la nueva noticia a las chicas del té de los jueves. Estamos a martes y falta mucho para guardar la novedad. Pasó Cracia por la puerta de la familia Tripailaf y escucho el canto y la algarabía del lugar. Persignándose por la falta de decoro, continuó con recelo su caminar.

Un vestido nuevo, para ir a la ciudad. Unos zapatos limpios, para caminar sin parar. Un pañuelo en el pelo, para que no falte el misterio de quien acaba de llegar. Antonio ha prometido llevarla a la ciudad, a recorrer las calles, comer en una esquina y hasta quizás comprar en alguna tienda de verdad. 

A Petrona le sobran años pero le faltan prejuicios. Desembarazada de los años mozos y sus pudores, ha abierto el ventanal principal y ha dejado que su sonrisa dé qué hablar. 

jueves, 2 de febrero de 2017

EL RARO PUEBLO DE COMÚN

En el raro poblado de "Común", la gente normal a las seis compra pan. Tienen la sana costumbre de esperar a que el pan fresco se reseque un poco. Imaginen que si uno comprara el pan de la mañana tendría que tostarlo para que quede como el de las 6, corriendo siempre el riego de que se termine pasando. Ha dicho también el dotor´ del pueblo, a quien todos respetan, que 12 horas después de horneado el pan puede ser ingerido. No sea cosa que los hongos de la lavadura puedan seguir creciendo en la masa, y también en su panza.


Por eso es común que los viernes a las cinco y treinta y seis, las viejas del barrio encaminen para el tren y cruzando las vías acompañándose de a tres, lleguen a la panadería para comprar una a la vez. Bolsas llenas, rebosantes, repletas de pan para comer desde las seis.

La sorpresa y el susto les vino cuando cruzando las vías sintieron un estruendo, una frenada y al instante el sonido de un patrullero a lo lejos. Con paciencia milenaria, un paso a la vez, los seis pies cruzaron el par de vías. Continuaron el paso y hallaron el desparramo. Dos patrulleros, seis policías trabajando, con lo que eso implica. Dos arremangados, dos opinando, uno pidiéndole un mate a la vecina y el otro contando las monedas para las facturas.  Bueno, casi trabajando. Es que esto de cambiar una rueda al rayo del sol hay que tomárselo con calma.

Las viejas miran y murmuran. No con mucha vehemencia porque si se desconcentran del paso corren el riesgo de ser noticia. Enojadas, recriminan que en sus tiempos los oficiales no mostraban los brazos; que las camisas largas están para que lleguen hasta los puños; que pedirle el mate a una vecina es abuso de autoridad; que juntar las monedas es de mezquinos; y unos cuantos "ques" más que no se llegan a escuchar. Mientras hablaban hacen un minucioso rastrillaje de la escena, amén de lo que las cataratas, a una y a otra, les permitía ver. Siguen paso, dando un golpetazo quedan adentro del local.

Mate en mano el oficial comentó, al de las facturas, el chusmerío de las señoras. No perdió el tiempo en darle a uno de sus compañeros acostados en el "cálido" asfalto un poco del brebaje conseguido. No tomó demasiado el calcinado, sin agradecer con un poco de recelo la buena intención.

Un grito despavorido, y el policía se atraganta con un vigilante. Con presteza todos miran el balcón, y la vieja de todos los días grita sin razón. Doña Bonifacia tiene la costumbre de gritar las verdades seis y cuarto, porque cuando todos untan el pan con manteca a las siete menos diez, no hay otro tema que los dichos de la vieja del balcón. Por loca la tratan pero, ninguno en su merienda, de masticar sus palabras deja. La frase del día reza: "La incongruencia no se resuelve, se acepta!!!", y corre a la otra punta del balcón y repite desaforada "La incongruencia no se resuelve, se acepta!!!". 

viernes, 27 de enero de 2017

SOLO UN CAFÉ

Unos cuadros ya añejos y esas paredes pulcras teñidas por el tiempo. Las pequeñas mesas circulares que dan espacio a la intimidad, y un piano mudo que alimenta la imaginación.

El reloj marca las cinco y, como aquí no somos ingleses, el té se ha vuelto oscuro y los saquitos granos. El molinillo inunda de tanto en tanto las habitaciones, con esa fragancia porteña y arrabalera, que despierta al dormido y acompaña al solitario.

Marcan las cinco y veinte, porque la puntualidad no es lo nuestro, y se da cita en el café la señora con su novela acuesta. Los niños le llaman el cubo perfecto porque sus lados se asemejan a su profundidad. Tardes enteras recorre sus hojas con paciencia milenaria.

Marcan las cinco y veinticinco y, mientras preparan el cortado de Flora, llega Josefo con su nieto. Insiste el pobre en enseñarle al gürí el arte del disfrute diurno. Renegado el desorejado, solo mira como afuera la pelota rueda entre los niños de acá para allá. "Dos cafés con leche" grita, y la puerta se abre otra vez.

Esta vez, ella. Pudorosa y sonrojada, con su vestido a la rodilla y la puntilla que estira. Acomodándose el peinado se sienta en una esquina. El temblequeo de las piernas, a tono del balancín de la mesa, denota como todas las tardes la incomodidad de la espera. Se acerca el mozo, toma la carta y en ella se zambulle. Saben las viejas del fondo que sus padres de esto nada saben.

Entra el muchacho canchero y chabacano, mascando chicle y escupiendo como un chancho. Pobre chica que en su inocencia admira lo prohibido y se propicia el chasco.

Se hacen las siete y se amontona la barra. Cuarenta, cincuenta y algún colgado de setenta, los chicos vuelven a las historias mil veces repetidas y con cortado en mano esperan que el ocaso, en el ventanal, se haga presente.

jueves, 19 de enero de 2017

CRÓNICA DE UNA HISTORIA ANUNCIADA

Un estruendo que desgarra la noche. Las miradas despedazadas, y la nulidad de la gorra para hacer algo, y la impotencia que brota por los poros. Después de la explosión que detuvo el tiempo, de a poco retornan esos sonidos que nunca se fueron. La monótona estridencia de las sirenas, el ladrido de los perros alborotados, y un sollozo mudo que estremece y convulsiona a quien no comprende.

Una pelea, como las de costumbre; un grito, de los que hacen a la melodía familiar; una cachetada, que ya no le llama la atención a nadie. Y las miradas frías, y los tonos altos. Y las palabras airadas y los puños cerrados. Y los muebles atropellados, y el florero comprado la semana pasada que deberá ser repuesto esta semana otra vez.

Y un segundo de descuido, y un acto de desesperación, de auxilio y de conciencia, y un teléfono al que se le presionan tres números de socorro. Y una voz neutra que toma el pedido y acciona el botón. Y la vuelta a escena, y otro grito, y otra cachetada, y la ignorancia de la llamada. Y la hombría mal entendida, y la fuerza que atropella, y el macho que se impone.


En el griterío de la habitación y el crujir de los muebles, la sirena se anuncia. La inteligencia que no falta, los cabos que se unen y la escena que se completa. Despavorido el macho corre, sin saber que sus seis décadas no lo llevaron a sitio similar. Entrado en desesperación se encierra en su Mercedes y ante la mirada atónita de una mujer fuera de sí, que como de costumbre vuelve a correr tras él, se persigna. Toma el caño e introducido en su boca detona el destino.

domingo, 4 de diciembre de 2016

PEPA CAFASO

Pepa Cafaso tiene perros que la cuidan y bolsas por llevar.
Pepa Cafaso cierra la puerta con dos vueltas de llave.
Pepa Cafaso cuelga el cartel de siempre y sale con su silencio a cuesta.

Pepa Cafaso es conocida por todos, aunque desconoce a muchos.
Papa Cafaso sonríe a los niños, aunque algunos no sepan sonreírle.
Pepa Cafaso se olvidó de todo, porque no deja de recordar a alguien.

Muchas tardes calurosas, mamá me mandó al mercado.
Infinidad de veces pasé frente a ese cartel en la puerta.
Siempre me detuve y lo leí, sin saber comprender.

Un día me dijo el almacenero:
"La vida un día se llevó al pequeño Cafaso,
ese día el mundo frenó para Pepa."

Pepa Cafaso ya no sonríe como antes, detuvo el tiempo y espera a quien sin quererlo se fue.
Pepa Cafaso no sale de su casa sin dejar colgado un cartel ya añejo:

"Hijo, ya vuelvo", con letra temblorosa y lágrimas secas, exhibe el papel.

viernes, 18 de noviembre de 2016

SE FUE YENDO

Y se fue, se fue yendo. Nadie supo bien a donde. Ni él supo, quizás.
Una mañana cuando el sol despuntaba y el mate quemado humeaba, pronunció la frase.

"Me voy donde me lleve el viento", frase hecha si la habrá.
Promesa de muchos, travesía de pocos.

Grandes fueron los ojos de la china, cuando lo vio cruzar el alambrado,
y como sin ver más allá de sus pies, caminar a paso seguro por camino incierto.

La china quedó muda. Guardó silencio elocuente, ante tan descabellada situación.
Ni su sexto sentido alcanzó para dimensionar la veracidad de las palabras.  

La china reforzó el silencio, y vio el reloj en sus idas sin vueltas.
Y se le escurrieron las horas, y el finado no volvió.
 
Y el almanaque quemó los días y los meses,
pero de donde se fue, nunca volvió.

No hubo deudores, ni hubo vidas paralelas.
No hubo ajuste de cuentas, ni hubo hastíos aparentes o presuntos. 

Un día se fue, se fue yendo. Nadie supo bien a donde. Ni él supo, quizás.

Un día se fue, se fue yendo. Con los suspiros de su china y algún que otro deseo más.

viernes, 11 de noviembre de 2016

LA OTRA CARA

Brazos extendidos, mirada vagabunda, oídos cargados. Mientras el tiempo pasa, las peleas cotidianas se suscitan. Pero es más la costumbre que el interés. Me mantengo firme, porque así lo demanda la situación, y el hábito. En mis brazos se sostiene una pelea que si la dejo caer se enrolla más.

Frente a frente con ella, sus ojos negros y los míos se cruzan ocasionalmente. Insiste en contar historias que le ganen al reloj. Habla, como quien le teme al silencio. Yo ignoro, y asiento como quien escucha. "Sostené bien los brazos, que se me enreda la lana". La miro, y entiendo sin que diga, que mejor es no decir. 

Brazos extendidos, mirada vagabunda, oídos cargados. Mientras el tiempo pasa, las peleas cotidianas se suscitan. Pero es más la costumbre que el interés. Me mantengo firme, porque así lo demanda la situación, y el hábito. En mis brazos se sostiene su entereza, que si dejo caer se enrolla entre los pies.


Frente a frente con ella, sus ojos negros y los míos se cruzan ocasionalmente. Insisto en dar órdenes a un oído que solo atiende elucubraciones. Hablo, como quien teme a la tragedia. Ella ignora, y asiente como quien escucha. "Pisá bien mamá! ¿Cómo te dijeron que tenés que hacer?". Me mira, y entiende sin que diga, que mejor es no decir.