sábado, 27 de agosto de 2016

DIAS

Algo imperceptible se revuelve en mis entrañas y con suavidad asciende;
estremeciendo cada nervio, movilizando cada fibra, condensándose en mis lagrimales.

La mirada vidriosa y una historia que inunda la habitación.
Un oyente y un hablante.

El acto de decir porque se sabe escuchado,
el acto de escuchar porque se sabe confiado.

La distancia que demanda la emoción que no quiere desbordar,
y un relato en minúsculas que no pretende llamar la atención en demasía.

Una relatoría que desde la silenciosa sinceridad se etiqueta como una veracidad diseccionada.
Una emoción dormida que en el acto de escuchar encuentra los vértices de la empatía.

Oír y ser oído en los silencios. Decir y también decir sin las palabras.
Un diálogo mudo cubierto de sutilezas y embadurnado de sensaciones.

Un momento, en un día que no prometía mayores matices.
Un ápice de luz, entre tanta oscuridad.  

viernes, 26 de agosto de 2016

MAS QUE UNOS, PERSONAS

La gota que completa el vaso, y el vaso que no rebalsa.
Los lagrimales desiertos y el último sollozo que se borra en la memoria.
La mirada fría, el latido estereotipado y esa mueca fría que desdibuja la humanidad.

Una piel que no se eriza, pupilas que no dilatan.
Las arrugas hechas huella pantanosa de una gestualidad que se quedó atorada.
Una garganta que no se anuda, un estómago que no se revuelve.

Un grito, una cinteada, un abuso.
Un disléxico, un vago, un pobre diablo.
Uno más de todos los unos que el diario vivir trae a la jornada.

Solo pido que el vaso desborde cada vez que sea necesario,
Solo pido que los sollozos refresquen la memoria,
Solo pido que la mirada cálida y la curva cóncava de mi rostro
den el alivio a esos unos, que más que cifras son personas.

viernes, 12 de agosto de 2016

EL ÁRBOL Y LA VIDA

En el crepúsculo de un trueno, un rayo lo despedaza.

Bastó un segundo para matar años. Bastó un minuto para ver el desparramo. No alcanzó un día, para juntar las ramas, ni un mes para las hojas. El desgano, el hastío y esa angustia en la garganta, que no te deja avanzar en lo sabido. No es fácil ante el golpe seguir hacia adelante.

Ingrata es la imaginación, y el recuerdo ni les cuento. Mirar el tronco y que los ojos completen la imagen muerta. La impugnación del olvido, la resistencia de la memoria, esa es la negación con la que se vive los primeros días. Mirar con el desgano de un futuro trunco, mocho. Mirarse en el viejo árbol, y pelearse con el destino. Pensar mil veces lo que pudo ser, y no ha sido. Tragarse las lágrimas del árbol que no llora, y morderse las rabias del padre arrebatado. No fue fácil el verano donde vi al árbol caído.

Es que el árbol y el viejo, y el destino encaprichado, todo se fue en un mismo momento. El tronco trunco, como la familia. Y el miedo a lo incierto y el descontrol en el bolillero de la vida. Y ese piso que se mueve y esas raíces que no alcanzan. Y la gente que se amontona cuando uno no llega a sentir que duele, y de pronto se aleja cuando empieza a doler en serio. Las hojas secas desparramadas que el viento lleva y trae a su antojo, y los recuerdos revueltos, arremolinados, que con cada tormenta nos sacuden.

El árbol, el viejo y el destino, y un sinfín de imágenes donde me pierdo y confundo. Pero el tiempo pasa, y aunque no se define lo desdibujado, si se asienta lo arremolinado. El árbol, el viejo, el destino y la vida, que cada otoño y cada invierno pronuncian la muerte que antecede a la vida, y en esa primavera que nunca falta, retoña lo menos esperado.

lunes, 1 de agosto de 2016

CONFESIONES DE MEDIANOCHE

Debo confesar que por un instante debatí si debía o no dedicar estás simples líneas a una causa sin fin. Y confesaré también que siendo el día que es y la hora que ustedes notarán, la razón no tuvo muchos argumentos que le ganaran a la pasión (si de este modo se me permite bautizar a la impulsividad).

Suele ocurrir en la vida que nos encontramos con seres extraños en su forma y constitución. No es mi objeto referirme  con meticulosa pulcritud a su forma y evolución, que seguramente sabrán identificar; sino más bien describir a quienes no me permiten menos que sacarme el sombrero (léase la ironía). Es que no sé si es por acto de costumbre ya instalada o por asombro infinito, los hombres (cual genérico, no referido al sexo) envueltos en espejos no dejan de deslumbrarme.

Sí, sí. Bien leyeron: los hombres envueltos en espejos; algo así como una burbuja que devuelve la imagen por cientos, con un efecto inverso al vidrio espejado (se puede ver el interior desde fuera, pero impide su opuesto). Ahora cabe decir, no es que el mundo esté lleno de ellos, ni tampoco desprovisto, sino más bien que a veces cuesta reconocerlos.

Me han explicado debidamente que el espacio dentro de la burbuja suele ser escaso, por lo cual deben caminar erguidos, con la vista hacia el frente. Hay quienes incluso han advertido que bajar la mirada sería mortal, por eso suelen mirar por encima del hombro, cuidando no incurrir asiduamente en tal acción por demás arriesgada.

Dicen también algunos que por esta limitación del espacio, han aprendido a hablar bajo y pausado, haciendo el menor uso posible del aire; elemento por demás escaso en tal ambiente. De este modo, no es raro verlos sufrir jaquecas e incluso serios embotamientos que comprometen con facilidad sus procesos racionales. Es la falta misma de algo tan básico y esencial como el oxígeno, sentencian los que saben.

Otros, más arriesgados y menos benevolentes, han afirmado que no es el aire sino la eterna costumbre de escuchar su propio discurso lo que los hace hablar pausado y bajo. Es como sí su genética demandara una mayor proporción de discurso autodirigido, pero llegado el tope, se aturdieran a sí mismos y lucharan entre el impulso natural de seguir hablando y la necesidad ya dada de no continuar escuchándose. Se debe tener en cuenta, que no es sencillo vivir en un ambiente donde la reverberación es tan marcada.

Si diré en su defensa, que no es sencillo entender el mundo de todos, viviendo puertas adentro. No es poca cosa escuchar mil voces, pero que la vista solo devuelva la propia imagen. De algún modo, el sonido del mundo se vuelve intrusivo, ofuscante e incomprensible, porque la vista no les permite más que verse a sí mismos. No es sencillo reconciliar en el propio discurso las mil voces contrapuestas, y ante todo mantener indemne la propia imagen. No es fácil sostener la incoherencia.

Pero más allá de ello, quizás hoy se hayan alineado los astros y, por acto de la casualidad o la causalidad, me encontré con dos de ellos. Diré que intenté, pero no pude no vomitar este texto. Volviendo a las confesiones, no niego que tuve un algo dentro mío que se revolvió queriendo gritar algo tan obvio como el mundo mismo, pero luego recordé: no es sencillo comprender el mundo, cuando uno se ve sólo a sí mismo.