martes, 31 de mayo de 2016

COLLAGE EXQUISITO

Garua finito, y la calle parece cada vez más cuesta arriba. Logro ubicar el "vehículo", si el artefacto de dos ruedas permite el calificativo. Como buen foráneo intento ingresar por el acceso incorrecto, quedándome parado frente a dos hojas de vidrio que nunca se abrieron. Apurado entonces por encontrar la puerta, pero más por evitar que los que están dentro me vean en situación, rodeo el edificio para lograr dar con la muestra.

Treinta artistas locales se dan cita en el centro cultura para mostrar un "Collage exquisito". Voy a ser sincero al decir que entré a la sala un tanto perdido, pero muy expectante. A primera vista encontré que el género y la edad que porto no se ajustaban al promedio. De a poco también comencé a notar que la vestimenta tampoco lo era. Sin embargo, pensé que no eran cosas que pudiera cambiar ya, y me di a la tarea de observar.

Apelando nuevamente a la sinceridad, más cruda esta vez, no fue sencillo contemplar entre tanto bochinche social, ni tanto niño correteando a los gritos. Pero me di a la tarea de comprender lo que me pareció en primera instancia incomprensible. Quizás por mi percepción del ambiente, proyecté en las obras un aire de superficialidad estética sin mucho profundidad que develar.

Dado el primer recorrido, y todavía tratando de comprender, entre otras cosas, la tertulia social que se daba cita; y a decir más, esperando la explicación por parte de los autores de sus producciones, opté por abstraerme y dar un segundo recorrido. Más en silencio, más puertas adentro. También, más detallado, pero a su vez más libre. No reparar en todas, sino solo en aquellas obras que captaran mi atención. Y observarlas, diseccionarlas y por un momento dejarme llevar, permitiendo percibir más allá de lo obvio.

El pensamiento me pudo: se observa mejor en silencio. Al fin y al cabo hay un alguien, del otro lado, que a través de una selección no azarosa de retazos, líneas, formas, colores, matices, texturas y demás elementos, intenta manifestar a un otro algo que merece ser escuchado con la vista. Y eso requiere, a mi entender, silencio.

Me dejé entonces llevar por una ventana que contempla un reflejo acuoso de una ciudad a media noche, por un tul blanco que rodeado por un texto escrito a mano alzada da cuenta de un agradecimiento que el tiempo no borra, por una mirada perdida en el horizonte compuesta por retazos de mil revistas que como cada mirada se compone de mil recuerdos e historias nunca contadas. Y me dejé llevar por el juego inocente de luces y sombras en los vestidos fluctuantes de un grupo de bailarinas, por las escaleras rotas de una vieja casa bañada en enredaderas, por el sonrosado cabello de una modelo, el sombreado azulado de sus ojos, y la lágrima a tono que recorría su mejilla.

Reparé en una gran huella dactilar compuesta por cientos de líneas de colores diversos. Y en un primer pantallazo creí ver su forma. Luego acercándome más, siguiendo cada una de ellas, comprendí los innumerables cursos, muchos impredecibles, muchos escondidos entre otras líneas. Y capté la singularidad no evidente de un mensaje preparado para el oyente, de esta y cada una de las obras. Un mensaje de tonalidades y formas devenidas en palabras y sensaciones nacidas del juego entre quien muestra y quien ve. Y mientras escribo estas líneas concluyo, menos mal que me llamé al silencio y me permití una segunda mirada.

jueves, 26 de mayo de 2016

MEDIO PANQUEQUE

La casa de Madrina Margarita era linda. Si bien era la madrina de una sola de los hermanos, era como la madrina de todos. Les encantaba ese pedacito de cielo. Los pisos de ladrillo y sus rendijas por donde barrer, cortaban la costumbre ya hecha del piso de tierra barrido con escoba de paja. "El juego de sillones! El juego de sillones…", recuerda sonriente, cosa que sus ojos no habían visto, ni sus oídos oído, ni había subido en sus pequeños corazones de niño. Madrina Margarita los cuidaba con esmero y, porque eran de tela, los cubría con una funda.

Aunque a decir verdad, la casa de Madrina Margarita también tenía sus cosas. Fue en casa de Madrina Margarita donde la picaron las vinchucas. Sería quizás porque estás vivían en el techo de paja, cosa que no era rara, aunque si sus alimañas. Cuestión es que, más allá de los bichos maliciosos, aprendió que no todos las vinchucas te pegan el mal de chagas.

Pero Madrina Margarita no solo cuidaba los sillones, también los cuidaba a ellos. Para alimentarles las mañas les hacía panqueques para chuparse los dedos. Y me cuenta, me dice con nostalgia y hasta con alguna lágrima: "Una vez, Madrina Margarita nos hizo panqueques, y yo me comí uno hasta la mitad. Y con la otra mitad crucé el campo y las calles vecinales. Me lo llevé a casa, porque le quería convidar a mamá."


"Ella siempre nos dijo que teníamos que compartir, y yo lo quería compartir con ella"; me dice con los ojos vidriosos. "Por eso les digo que tienen que compartir, incluso cuando no está el otro", me dice mamá, mientras me comparte una de esas historias que son para chuparse los dedos. Historias de esas, que como pocas, te alimentan el alma.    

martes, 24 de mayo de 2016

EL SEÑOR DE LAS REDES

Molesto, triste, confundido. Malhumorado, embrollado, revuelto. Aunque ninguna de ellas termina de ser la adecuada. Lavo las redes, mientras el día aclara, y sigo buscando la palabra que se me escapa. Descorazonado, sí, descorazonado; esa es la palabra.

El bullicio de las aves, y el gentío que se acerca, de algún modo cortan el silencio enlutado de las barcas silenciosas. El Maestro enseña y la gente se amontona. Hoy no hay ganas suficiente para escucharlo; continuo con las redes. Se acerca cauteloso, y como quien no fuera dueño de nada, el Señor de los Mares me pide mi barca. Se sienta en ella, la alejo un poco de la costa, y en primera fila escucho como enseña a la gente.

Descorazonado uno escucha menos. Descorazonado uno entiende menos. Descorazonado uno quiere menos. Pero el Señor no se impacienta, solo aguarda el momento justo. Viéndome inmerso en mis elucubraciones, pide: "Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar". Descorazonado, sí. Esa es la palabra.

Lo miro, y no le entiendo. Lo miro, y esas horas extenuantes de lucha contra el mar se amontonan en mis brazos. Lo miro, y los embates mentales una vez más recrudecen.  "Las redes, el mar, y la noche… durante el día?". "Si Rabbí - pienso para mis adentros - creo en vos, pero si Juan el Bautista… si la gente de Judea… si los rabinos y sacerdotes…. qué nos asegura que…". El absurdo de la empresa presente y futura, lo desesperado del momento y de los tiempos venideros, la incertidumbre y las ansiedades. Todo. Todo se amontona en mi rostro enjuto, y replico: "Maestro, toda la noche hemos estado trabajando, y nada hemos pescado…". Un silencio. Una pausa donde la eternidad se juega en un instante, y concluyo la frase: "más en tu palabra echaré la red".

Y una vez más, remar. Y una vez más, ir hacia lo incierto. Y una vez más, descorazonado. Y tirar las redes incrédulas, y no  esperar lo impensado, y tomar las cuerdas como quien no quiere la cosa, y darse cuenta de que todo se ha ido de las manos. Y de pronto, de pronto, súbitamente el estupor. El breve estupor de quien tiene en sus manos el peso de lo deseado. La sensación de estar ante quien lo cotidiano queda desarticulado. La convicción de la protección en el desamparo. Y la seguridad, la seguridad de estar ante al Señor de las Redes.


"Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador", replico mientras en el suelo con ahínco me aferro a sus pies. Con voz segura, y cálida a la vez, susurra: "No temas, desde ahora pescarás hombres".  

jueves, 19 de mayo de 2016

INVENTOS DE UNA TARDE DE OTOÑO

Ir al mercado es toda una travesía. Chiquito y mugroso, pero se ve… de lo que ya no hay. Basta con cruzar la puerta para encontrarse con el dueño. Sonrisa socarrona, calculadora en mano. Eso sí, no respires de más porque el viejo te lo cobra. Cuestión que uno tiene que ser, más que rápido, ligero. Pasa que el viejo es malo para la memoria, pero si te juna estás en el horno. En 15 segundos te calcula todas las deudas y terminás dejando hasta las medias.
 
Saludo entrecortado, y me escabullo. Aprovecho que el ponja de la esquina se acerca a la caja, y veo como el viejo empieza a rebuznar. Se viene una tertulia de como media hora. Los protagonistas: el viejo, que para los idiomas es corto como patada de chancho; el ponja, que castellano no habla, pero las avivadas se las sabe todas; y la vieja del bingo, que aunque mucho madruga parece que no consigue ayuda. No sé si será cosa de los astros, pero cada vez que encuentra un ratito para escaparse del negocio termina coincidiendo con el oriental.

Ya entre las góndolas me choco con el gurí del frente. Flaco como piojo de peluca, el guacho. Ahora sí, la vez que lo invité a comer a casa comía como lima nueva el desgraciado. Cada vez que lo veo me da bronca, la atorranta de la madre no le da ni la hora, pero padres ambulatorios sobran.

Sigo y más al fondo me encuentro con el flaco de la vuelta. Ese, el de la casa de las pintadas. Raro como perro verde. Siempre peleado con el peine, abrigado por demás, y con cara de recién levantado. Ahora, entre nos, cada vez que me lo encuentro en la caja, veo que traspira como testigo falso, no tanto por el abrigo como por los chocolates que se encanuta. No sé pa´ que roba, si se le nota en la cara al muy gil.

"Yerba, harina, lata de choclo, y... y… y… la pucha que no me acuerdo". Reviso los estantes con una mirada rápida a ver si la memoria viene en mi auxilio, pero parece que es en vano. Me encuentro entonces con los gringos que se mudaron al barrio. Todavía no los diviso en la cuadra, de hecho voy a apurarme para seguirlos disimuladamente. Lo divertido es verlos interactuar. Pollerudo el gringo, a los saltos lo tiene su paisana. Me río para adentro, y trato de recordar "… yerba, harina, lata de choclo y… y… y… la patrona me va a matar". Es que sí, acá el muerto se ríe del degollado.  

martes, 17 de mayo de 2016

AMAR, TEMER, PARTIR I

La cebolla salteada, la acelga del freezer. Los trocitos de morrón congelados y la cucharada de queso crema. Un huevo (no dos, para cuidar la salud), batida su clara para darle un algo especial a la preparación. Después agregar la yema y los demás ingredientes. Por último los condimentos que le dan ese toque que alegra el paladar. Y mezclar todo, y a la sartén. Y que la tortilla empiece a ser.

Controlo, para ver que la gestación sea adecuada, y noto entonces que la salud me jugó en contra. Un solo huevo no fue suficiente. Recuerdo a la viejita de 116 años que cuenta anecdótica entre sus secretos para la longevidad la ingesta diaria de uno o dos huevos crudos al día. Me río para adentro, y la tortilla termina siendo un revuelto de acelga. Aunque pienso: "Quizás hasta mejor. Pega con el día."

9 de Julio y Villegas, y el arte de una alemana (casi suena a la húngara de Gasalla1) en un museo argentino. "Amar, temer, partir: escenografías de familia" por Lili Tetzner. Ingreso a la sala, pregunto si se puede ver, y ante la afirmativa me quedo observando un maletín colgado de la pared que no tiene tapa. Se encuentra dividido en fragmentos menores con un entramado de maderas, y encierra en sus cubículos fotos que retratan a tres familias: la familia Cromo, la familia Bronce, y una tercera que ya no puedo recordar. Cada cual con sus integrantes, y comentarios: las primas chusmas, los tres nenes rubios, el abuelo que tragaba nieve, y demás. Lo extraño y simpático a la vez, es que todos ellos son muñecos de época, cada uno con sus vestimentas y expresiones.

Primero no entiendo del todo, pero me permito la inmersión. Encuentro escenas de familias y en cada sala paredes dedicadas a momentos. "El día que papá tocó fondo" y tres cuadros: el superior muestra una barca donde hay un hombre, una mujer y un niño remando en el lago; el siguiente, el mismo hombre nadando hacia el fondo; el de más abajo, de nuevo el personaje pero ya sentado en el fondo y un pez jugando a su lado. En otra sala, una inscripción reza: "En el mar" y encima una seguidilla de retratos de individuos cada uno tras una ventanilla de ojo de buey, dando la sensación de quien viaja hacia lo desconocido. En una tercer sala, el mapa de una ciudad. En sus calles un mensaje escrito a alguien que intuyo vive lejos. Palabras que destilan afecto, y un código de añoranzas solo descifrado por dos.

Sumergido de a poco empiezo a entender, pero aún más a sentir. Y me voy, un poco revuelto. Con sentimientos encontrados. Sí, sí, encontrados, porque detrás de esos muñecos fríos, se huele una historia de nostalgias, despedidas,  amores profundos y sinceros, nacidos de un otro que quiere decir, que se toma el trabajo de contar. Y me mueve, me  conmueve, la humanidad impresa en unos simples muñecos. Y me voy un poquito revuelto, pero también, un poquito más lleno.


1.Al citarse a la húngara de Gasalla, se hace referencia a un personaje aparecido en la película "Esperando la Carroza". Esta mujer velada por error pensando que era mamá Cora, la abuela de una familia que protagoniza la película.   

jueves, 12 de mayo de 2016

PARADÓJICO

Un pasillo gris y en silencio. Un grito en la noche que anuncia la vida. Otro pasillo gris pero ahogado en llanto, y el que esperaban que hablara, se va en silencio. Paradójico que sin saber pronunciar, lleguemos haciéndonos oír y, que pudiendo hablar, algunos se vayan sin decir.

Un padre insistente toma a su hijo de la mano y lo impulsa a caminar, mientras su madre festeja un balbuceo insipiente. El niño reticente defiende su miedo a caer. Otro niño bajo el mástil de bandera, reprendido guarda silencio. Paradójico que se nos enseñe a caminar y a hablar, y luego se nos califique por la pasividad y el mutismo.

Tres mujeres rodeando una mesa. Un café humeante, un té con edulcorante y un batido de frutas. Palabras que desbordan por la mesa. Una charla álgida a la vista, pero un contenido pobre en esencia. Paradójico que se pueda decir tanto, sin decir nada.

Dos amigos, una baraja de truco y otro café. Jugar sin medir tiempos, pero esquivando el diálogo para no hacer sufrir y de algún modo proteger. Paradójico pensar que haciendo silencio no se dice nada.

Y la despedida. Y el amigo que comprende sin palabras. Y un abrazo silencioso que lo dice todo. 

martes, 10 de mayo de 2016

NO SON LAS COSAS

Entrando en la casa repara meticulosamente en cada detalle. Es un observador nato a pesar de su corta edad. Estudia las paredes, observando su forma, color e incluso textura. Se detiene en el cuadro y ante el abstracto de cuatro colores se deja asombrar aun cuando su rostro indica que mucho no entiende. 

-De esto me hablabas? Esto era lo que me querías mostrar? - pregunta casi sin esperar respuesta. Está absorto, dado a la tarea de descubrir aquello que le dije, tanto valor tenía para mí. La curiosidad le gana, y no le gusta que le simplifiquen los problemas que se ha dado a resolver. Así que se da a la tarea de inspeccionar.

Observa el piano, pasa sus dedos sobre las teclas. Se sienta frente a él, y hace las veces de un gran pianista. Me río para adentro con sus muecas y gestos a ojos cerrados. Deja el juego y vuelve a su tarea de dar con el objeto. Mira la mesa, y entiende con facilidad que no hay nada que merezca la atención más que una taza y unas galletas que en cualquier otra mesa pueden ser halladas.

Se empieza a impacientar, así que acelera su búsqueda. Se tira en el futón y piensa, quizás el valor está en su comodidad. Pero no ve nada en mi rostro que indique que haya resuelto el acertijo. Intento darle una pista, pero antes que abra mi boca me pide que calle. Es tozudo, y quiere hacerlo solo.

Se aventura entonces en el cuarto. Recorre pausadamente los títulos de la biblioteca y empieza a reparar en cuanto me gustan los libros. De a ratos mira mi rostro y trata de encontrar alguna mueca, pero halla ningún indicio que le sea suficiente. Se topa con el violín de la abuela, y recuerda la historia. Lo toma con sus manos y todo campante me dice: "La hubieras hecho más complicado. Esa historia ya me la contaste" - Casi - le contesto, solo para ver como su rostro se frunce nuevamente.

Busca, revisa, piensa, pero nada. Cansado se tira en la cama a sus anchas, resuelto a tomarse un descanso antes de continuar con la tarea. Apoyado en el marco de la puerta lo observo, absorto en su juego. De pronto pega un salto, y está en cuatro patas en el piso revisando debajo de la cama.

Se sienta y desilusionado me mira. - Me doy - confiesa. Me acerco entonces, y abro el placard. Abro un cajón y saco una vieja caja de golosinas. Me mira con rostro desconcertado. Me siento junto a él en el piso y abro el frágil "cofre". Empiezo a sacar entonces su contenido: mensajes en hojas arrancadas, notas en el reverso de un ticket del supermercado, algún llavero, y hasta envoltorios de chocolates y alfajores. Me mira y no comprende. Le explico entonces: "no son las cosas, si no las historias detrás de ellas."  

domingo, 8 de mayo de 2016

ATREVERSE A DECIR ESCUCHANDO

Dos poltronas y una valija antigua de mesa ratona dan el tono melancólico vintage que la escena requiere. Hablamos. Oración donde tácitamente nos encontramos en ese acto tan humano de pronunciar/se, escuchar/se y responder/se.

Sujetos expresos hablando, en ocasiones, tácitamente para no involucrarse más de la cuenta. Predicados verbales simples para ser enfáticos, o compuestos cuando nos asalta la verborragia. Predicados no verbales cuando tu mirada o la mía, dicen mucho más de la cuenta. Y vamos modificando el discurso directa o indirectamente, como quien no quiere la cosa. Y las aposiciones aclaratorias, y los circunstanciales que dan las disculpas.

Es que esas palabras con las que nos enseñaron a analizar el lenguaje, allá por la primaria o el secundario, se quedan cortas cuando intentan capturar la escena que a distancia me permito observar: el intenso y complejo flujo de signos y símbolos que se da café en mano.

Aunque necesario, de la educación formal hemos obtenido casi solamente el arte de diseccionar un diálogo, pero no siempre la habilidad para su construcción. Pronunciar es un acto que se inaugura con el cliché "papá" o "mamá". Y me permito la aposición, aclarando que el cliché es para quien pronuncia y no para quien oye. A partir de allí, un universo infinito de combinaciones fonéticas y sintácticas se abre ante el curioso que desea saborearlas. 

En el paso de los años, incansables docentes se han dado a la tarea de enseñaron a estructurar el lenguaje. Conocer sus partes y funciones, y así hacer un culto inconsciente a la sintaxis. Sin dejar de lado, por supuesto, los usos y costumbres de esa pragmática socialmente aceptada, que los hombres de bien debían aprender.

Pero café en mano, el cantar es otro. La sintaxis y la pragmática son condiciones necesarias, pero no suficientes. La semántica se vuelve dueña y señora. Porque al fin y al cabo, qué objeto tiene que con maestría y ajuste a la situación se sapa pronunciar frases hechas, si no se tiene la sensibilidad de comprender en la escucha activa a quien se pronuncia. Incluso, si no se tiene la capacidad de escucharse a sí mismo en esa charla y descubrirse en esa relación única con el par oyente, qué razón tiene robarle silencios a la escena. A caso el pronunciar tiene razón de ser fuera del escuchar.

Comprender, comprenderse, en la palabra pronunciada y escuchada. Un acto humano sin precedentes. Ser capaz de traspasar las barreras de la biología y del deber ser. Salir del sí mismo llegando al otro y fusionarse en la construcción de un sentido compartido y único a la vez. Acto en el cual uno es conocido y reconocido, exponiéndose en lo más íntimo del ser, que es su pensamiento. Atreviéndose a correr el riesgo de ser entendido por alguien que tiene el valor suficiente de aceptar y asumir la responsabilidad que esa invitación conlleva.

Comprender, construir sentido. Más que estructurar el lenguaje, es permitir que el lenguaje del otro nos desestructure. Hallar la lógica y la emoción atrás de cada palabra, de cada frase, de cada sentido, y encontrar en aquel otro uno que lucha (en ocasiones, incluso consigo mismo) para darse a conocer y permitirse ser conocido.   

jueves, 5 de mayo de 2016

RITOS

"—¿Qué es un rito? —inquirió el principito. —Es también algo demasiado olvidado —dijo el zorro—. Es lo que hace que un día no se parezca a otro día y que una hora sea diferente a otra." (ANTOINE DE SAINT - EXUPÉRY)

Lunes, miércoles y viernes a las 18.30 horas, concursos de secundaria. Lunes a viernes a las 18 horas, concursos de primaria. Lunes a viernes 9 y 14 horas, concursos de suplencias cortas de secundaria y primaria. Todos sujetos a previa notificación en la web. Martes por las noche, 20.30, grupo de oración con amigos. Jueves por la tarde, 16 horas, grupo de escritura entre amigos ("la secta"). Sábados por la mañana, 9.30, reunión en la iglesia. Domingos, martes y jueves a las 20, publicar un post en el blog.

Alguien habló alguna vez de lo que denominó la angustia del domingo por la tarde. De algún modo quiso referir a esa extraña sensación que emerge, no en pocos, justamente en el medio tiempo antes que comience la semana. Las explicaciones son varias, van desde la melancolía hasta la resistencia a comenzar la semana. Desde esa añoranza que da la tranquilidad hasta la extrañeza de no tener ningún deber pautado. Y creo yo que por ahí viene la cosa.

El domingo por la tarde, en una semana típica, suele ser el espacio no planificado. Ese lapso donde la inventiva, la creatividad y la planificación personal pueden tener cabida. Si, exactamente, por eso emerge la angustia. Porque hay que decidir. Hacerse cargo. Cosa a la que nos han desacostumbrado, y nosotros hemos consentido plácidamente.

Sin embargo, en la vida de un desempleado, la amplitud de la angustia del domingo por la tarde cobra dimensiones mayores. Porque es de domingo a domingo: los siete días de la semana y las veinticuatro horas del día (espero  no los 365 días del año).

Es así como los primeros quince días entendés la libertad horaria como la panacea de un sistema que nos desacostumbró a decidir. A partir del decimosexto, empezás a notar que hay algo que no cierra. Y el veinteavo, decretás el caos existencial. Entonces el día veintidós, tomás las riendas del uso horario o te acostumbras a "fluir". No es mi caso.


Es que en esta vida paranormal que llevo, la falta de hitos impuestos en el tiempo, me ha permitido entender cuan responsable soy de ellos, y en qué medida puedo construirlos artesanalmente y no depender de los productos enlatados. 

martes, 3 de mayo de 2016

OFF LINE

Bufanda al cuello, medias de invierno, jean grueso y campera rompe viento. Es domingo por la tarde y las ideas no sobran; al contrario, faltan. Subo al ascensor, bajo a la calle. Abro la puerta y me encuentro por primera vez con el día.

Fresco, pero con el arropamiento no lo siento. Un tanto gris, hasta con algunas gotas tímidas que caen para completar la escena. Movido por la angustia del domingo por la tarde (como algunos se han permitido llamarla) me doy a la suerte de recorrer el camino de mis pies. Me convenzo, a medias, de encontrar en el recorrido alguna historia que me permita escribir. Pero para asegurarme que la caminata no sea infructuosa, pongo a mis pasos la voluntad de encontrar algo dulce para el estómago.

Recorro entonces las calles, las vidrieras, los rostros. Observo, indago. Fuerzo alguna escena tratando de encontrar una historia encubierta, y me encuentro a mí mismo cayendo en clichés que en las letras sobran. Finalmente, me doy a la suerte de no pensar, aunque me reprocho la poca creatividad. 

No puedo; entonces pienso, pero aún más, siento. Los pies por el suelo, los ojos revueltos y la mente en piloto automático. Y después de unos metros me encuentro.  Alienado hacia adentro. Separado, silenciado, desconectado. Me encuentro intencional y personalmente interrumpido, pero me encuentro. 

Entiendo allí el tinte gris de la escena. Veo, donde se posan mis ojos, algo de lo que llevo dentro. Y al sentir el entramado de blancos y negros, percibo un atisbo de conexión conmigo mismo. Comprendo entonces que la conciencia huye ante la realidad. Que la cabeza y el corazón recorren caminos distintos para no pensar lo que siento, y para sentir lo que no pienso.

Acepto que hace falta hacerse cargo de los platos, no desde la figura del arrepentido que busca la reducción de su pena, ni como quien busca una amnistía negligente; mucho menos asumiendo procesiones meritorias. Más bien, mirando a rostro descubierto las realidades, pronunciándome los silencios y sintiéndome en carne viva. No careteándome los emociones, ni mintiéndome en mis estados, sino declarándome las verdades verdaderas.

Asumiendo el pasado y el presente, y sus historias encriptadas, como elementos construidos por decisiones tomadas (algunas buenas y otras no tanto). Pero también, asumiendo los pensamientos y emociones emergentes como estados verdaderos, auténticos y necesarios a partir de los cuales tomar nuevas y mejores decisiones, en este camino de hacer las paces con uno mismo. 

domingo, 1 de mayo de 2016

LA GALERÍA DEL RECUERDO

Mis pasos, sin quererlo, me llevan a una habitación gélida. Sabiéndome dentro del recinto, un suspiro profundo se me escapa. Vidrios esmerilados, anchos y de gran altura hacen las veces de paredes que limitan el espacio. En el centro una luz tenue que da un tono de nostalgia a la escena. En los rincones la oscuridad que se escabulle.

Camino, como quien conoce el recorrido. Se amontonan en sus paredes cuadros de diversas formas, tamaños y colores. Son recortes del pasado. Impresiones vivas de un tiempo que ya no es, pero que insiste en emerger. La tristeza y la rabia, el consuelo y la paz, la negación y el silencio resignado. Uno a uno, situaciones, olores, sonidos, palabras, abrazos, llantos e incluso sonrisas.

Recorro quedamente, y observo. Observo que algunos están como apagándose, desdibujados por el tiempo y sus andares. Otros los siento vivos, casi frescos podría decir. Pero trato de no quedarme en ninguno, aunque todos movilizan algo en mí. 

Siempre me pasa lo mismo. Terminado el recorrido me siento en un banco que aparece en medio de la escena. Mis piernas ligeramente abiertas y el cuerpo recostado sobre ellas. Los codos se traban en las rodillas y con las manos sostengo mi cabeza. Llegado el momento, más por costumbre que por deseo, emerge la pregunta de siempre: "¿Por qué?" Levanto de nuevo el rostro y con un giro lento me permito observar los cuadros nuevamente. Pienso para mis adentros: "la vida es eso que pasa mientras tratamos de explicarla".

Me inclino una vez más y descanso en mis manos. Cobro fuerzas y decido salir de la habitación.