En el
raro poblado de "Común", la gente normal a las seis compra pan. Tienen
la sana costumbre de esperar a que el pan fresco se reseque un poco. Imaginen
que si uno comprara el pan de la mañana tendría que tostarlo para que quede
como el de las 6, corriendo siempre el riego de que se termine pasando. Ha
dicho también el dotor´ del pueblo, a quien todos respetan, que 12 horas
después de horneado el pan puede ser ingerido. No sea cosa que los hongos de la
lavadura puedan seguir creciendo en la masa, y también en su panza.
Por eso es común que los viernes a las cinco y treinta y seis, las viejas del barrio encaminen para el tren y cruzando las vías acompañándose de a tres, lleguen a la panadería para comprar una a la vez. Bolsas llenas, rebosantes, repletas de pan para comer desde las seis.
La
sorpresa y el susto les vino cuando cruzando las vías sintieron un estruendo,
una frenada y al instante el sonido de un patrullero a lo lejos. Con paciencia
milenaria, un paso a la vez, los seis pies cruzaron el par de vías. Continuaron
el paso y hallaron el desparramo. Dos patrulleros, seis policías trabajando,
con lo que eso implica. Dos arremangados, dos opinando, uno pidiéndole un mate
a la vecina y el otro contando las monedas para las facturas. Bueno, casi trabajando. Es que esto de
cambiar una rueda al rayo del sol hay que tomárselo con calma.
Las
viejas miran y murmuran. No con mucha vehemencia porque si se desconcentran del
paso corren el riesgo de ser noticia. Enojadas, recriminan que en sus tiempos
los oficiales no mostraban los brazos; que las camisas largas están para que
lleguen hasta los puños; que pedirle el mate a una vecina es abuso de
autoridad; que juntar las monedas es de mezquinos; y unos cuantos
"ques" más que no se llegan a escuchar. Mientras hablaban hacen un
minucioso rastrillaje de la escena, amén de lo que las cataratas, a una y a otra, les permitía ver. Siguen paso, dando un golpetazo quedan adentro del local.
Mate en
mano el oficial comentó, al de las facturas, el chusmerío de las señoras. No
perdió el tiempo en darle a uno de sus compañeros acostados en el
"cálido" asfalto un poco del brebaje conseguido. No tomó demasiado el
calcinado, sin agradecer con un poco de recelo la buena intención.