jueves, 2 de febrero de 2017

EL RARO PUEBLO DE COMÚN

En el raro poblado de "Común", la gente normal a las seis compra pan. Tienen la sana costumbre de esperar a que el pan fresco se reseque un poco. Imaginen que si uno comprara el pan de la mañana tendría que tostarlo para que quede como el de las 6, corriendo siempre el riego de que se termine pasando. Ha dicho también el dotor´ del pueblo, a quien todos respetan, que 12 horas después de horneado el pan puede ser ingerido. No sea cosa que los hongos de la lavadura puedan seguir creciendo en la masa, y también en su panza.


Por eso es común que los viernes a las cinco y treinta y seis, las viejas del barrio encaminen para el tren y cruzando las vías acompañándose de a tres, lleguen a la panadería para comprar una a la vez. Bolsas llenas, rebosantes, repletas de pan para comer desde las seis.

La sorpresa y el susto les vino cuando cruzando las vías sintieron un estruendo, una frenada y al instante el sonido de un patrullero a lo lejos. Con paciencia milenaria, un paso a la vez, los seis pies cruzaron el par de vías. Continuaron el paso y hallaron el desparramo. Dos patrulleros, seis policías trabajando, con lo que eso implica. Dos arremangados, dos opinando, uno pidiéndole un mate a la vecina y el otro contando las monedas para las facturas.  Bueno, casi trabajando. Es que esto de cambiar una rueda al rayo del sol hay que tomárselo con calma.

Las viejas miran y murmuran. No con mucha vehemencia porque si se desconcentran del paso corren el riesgo de ser noticia. Enojadas, recriminan que en sus tiempos los oficiales no mostraban los brazos; que las camisas largas están para que lleguen hasta los puños; que pedirle el mate a una vecina es abuso de autoridad; que juntar las monedas es de mezquinos; y unos cuantos "ques" más que no se llegan a escuchar. Mientras hablaban hacen un minucioso rastrillaje de la escena, amén de lo que las cataratas, a una y a otra, les permitía ver. Siguen paso, dando un golpetazo quedan adentro del local.

Mate en mano el oficial comentó, al de las facturas, el chusmerío de las señoras. No perdió el tiempo en darle a uno de sus compañeros acostados en el "cálido" asfalto un poco del brebaje conseguido. No tomó demasiado el calcinado, sin agradecer con un poco de recelo la buena intención.

Un grito despavorido, y el policía se atraganta con un vigilante. Con presteza todos miran el balcón, y la vieja de todos los días grita sin razón. Doña Bonifacia tiene la costumbre de gritar las verdades seis y cuarto, porque cuando todos untan el pan con manteca a las siete menos diez, no hay otro tema que los dichos de la vieja del balcón. Por loca la tratan pero, ninguno en su merienda, de masticar sus palabras deja. La frase del día reza: "La incongruencia no se resuelve, se acepta!!!", y corre a la otra punta del balcón y repite desaforada "La incongruencia no se resuelve, se acepta!!!".