domingo, 4 de diciembre de 2016

PEPA CAFASO

Pepa Cafaso tiene perros que la cuidan y bolsas por llevar.
Pepa Cafaso cierra la puerta con dos vueltas de llave.
Pepa Cafaso cuelga el cartel de siempre y sale con su silencio a cuesta.

Pepa Cafaso es conocida por todos, aunque desconoce a muchos.
Papa Cafaso sonríe a los niños, aunque algunos no sepan sonreírle.
Pepa Cafaso se olvidó de todo, porque no deja de recordar a alguien.

Muchas tardes calurosas, mamá me mandó al mercado.
Infinidad de veces pasé frente a ese cartel en la puerta.
Siempre me detuve y lo leí, sin saber comprender.

Un día me dijo el almacenero:
"La vida un día se llevó al pequeño Cafaso,
ese día el mundo frenó para Pepa."

Pepa Cafaso ya no sonríe como antes, detuvo el tiempo y espera a quien sin quererlo se fue.
Pepa Cafaso no sale de su casa sin dejar colgado un cartel ya añejo:

"Hijo, ya vuelvo", con letra temblorosa y lágrimas secas, exhibe el papel.

viernes, 18 de noviembre de 2016

SE FUE YENDO

Y se fue, se fue yendo. Nadie supo bien a donde. Ni él supo, quizás.
Una mañana cuando el sol despuntaba y el mate quemado humeaba, pronunció la frase.

"Me voy donde me lleve el viento", frase hecha si la habrá.
Promesa de muchos, travesía de pocos.

Grandes fueron los ojos de la china, cuando lo vio cruzar el alambrado,
y como sin ver más allá de sus pies, caminar a paso seguro por camino incierto.

La china quedó muda. Guardó silencio elocuente, ante tan descabellada situación.
Ni su sexto sentido alcanzó para dimensionar la veracidad de las palabras.  

La china reforzó el silencio, y vio el reloj en sus idas sin vueltas.
Y se le escurrieron las horas, y el finado no volvió.
 
Y el almanaque quemó los días y los meses,
pero de donde se fue, nunca volvió.

No hubo deudores, ni hubo vidas paralelas.
No hubo ajuste de cuentas, ni hubo hastíos aparentes o presuntos. 

Un día se fue, se fue yendo. Nadie supo bien a donde. Ni él supo, quizás.

Un día se fue, se fue yendo. Con los suspiros de su china y algún que otro deseo más.

viernes, 11 de noviembre de 2016

LA OTRA CARA

Brazos extendidos, mirada vagabunda, oídos cargados. Mientras el tiempo pasa, las peleas cotidianas se suscitan. Pero es más la costumbre que el interés. Me mantengo firme, porque así lo demanda la situación, y el hábito. En mis brazos se sostiene una pelea que si la dejo caer se enrolla más.

Frente a frente con ella, sus ojos negros y los míos se cruzan ocasionalmente. Insiste en contar historias que le ganen al reloj. Habla, como quien le teme al silencio. Yo ignoro, y asiento como quien escucha. "Sostené bien los brazos, que se me enreda la lana". La miro, y entiendo sin que diga, que mejor es no decir. 

Brazos extendidos, mirada vagabunda, oídos cargados. Mientras el tiempo pasa, las peleas cotidianas se suscitan. Pero es más la costumbre que el interés. Me mantengo firme, porque así lo demanda la situación, y el hábito. En mis brazos se sostiene su entereza, que si dejo caer se enrolla entre los pies.


Frente a frente con ella, sus ojos negros y los míos se cruzan ocasionalmente. Insisto en dar órdenes a un oído que solo atiende elucubraciones. Hablo, como quien teme a la tragedia. Ella ignora, y asiente como quien escucha. "Pisá bien mamá! ¿Cómo te dijeron que tenés que hacer?". Me mira, y entiende sin que diga, que mejor es no decir. 

lunes, 31 de octubre de 2016

PUDIERON PUDIENDO

Olor a tierra mojada y un octubre que se va siendo invierno. Un tiempo que se desacelera y una revisión pausada de las filminas del día. Es que pasan los años y sincerarnos con nosotros mismos se va haciendo costumbre. Será que uno ya no soporta las máscaras que pesan lo que no valen.

Una mañana en el hospital y una sonrisa de más de mil kilómetros con frescura de niño. La abuela chocha parafrasea aposiciones que explican lo inexplicable. "Está aprendiendo a pedir mimos, decime si no es genial" reza con reverencia sorprendida. Cierra la frase con picardía que suena a superficie, pero sabiendo que retumba en lo más hondo: "a pedir mimos es lo primero que aprendemos, y tan rápido olvidamos".

Cierra el día y sigo repasando filminas. La viejita que el camillero hoy le dijo cariñosamente "abuela", y yo me doy el gusto de decirle "mamá", me mirá y con ojos oscuros susurra: "puedo por el cariño que ustedes me dan". Y firme, guarecida en su andador, avanza un paso más.

-------------------------------------------

"Ustedes pudieron y yo estoy aquí como prueba del poder de ustedes. Prueba, pero no medida. Porque no hay medida que pueda abarcar todo lo que se vuelve posible para la gente que se ha puesto a poder." - Benedetti

viernes, 21 de octubre de 2016

ALEX

Alex tiene 11 y tres diarios bajo el brazo.
Alex tiene frío y una familia que lo empuja de un auto.

Alex tiene ojos cansados y miradas perdidas.
Alex tiene una mochila andrajosa y una carga que rompe sus hombros.

Alex se pregunta si la vida tiene ese sabor,
y todas las noches se inventa un no.

Alex ya no sonríe como niño.
Alex ya trabaja como adulto.

Alex por las noches anda por las calles.
Alex por las noches anda sin rumbo.



jueves, 15 de septiembre de 2016

SE GRITARON LOS SILENCIOS

La casa añosa, lo recovecos conocidos, los pasillos transitados, y esas habitaciones donde se lo esconde todo. Pasa que el tiempo acentúa los pasos ya andados, y da la sensación que hay huellas que no se borran. Los caminos de la cama al comedor, del vestíbulo al patio interno, de la biblioteca a la sala de estar, están ya dados; surcados podría decir. Estipulados con estrategia meticulosa a fin de evitar choques inesperados, no sea cosa que… justo a esta altura… el horno ya no está como para.

En el silencio sepulcral, un grifo se abre y un chorro de agua fría acentúa los tintes grises de la escena. Desde el reflejo que devuelve un botiquín con lustroso espejo, dos ojos miran sin querer a su derecha. El chancleteo indica que hay que ir abandonando el recinto. Huir por las tostadas quemadas y el café hirviendo, dar un pequeño paso por la biblioteca y destrabar el último ejemplar, para refugiarse bajo las sombras del patio interior.

Rostro enjuto, ojeras marcadas. Pasos arrastrados y una figura encorvada. Llegar al lavado y rumiar las costumbres. El jabón ensopado, los restos de la afeitada. Algo que se revuelve en el estómago, y ese "qué sentido tiene" que lo mata todo. Toma el peine de la abuela, y desenreda con solemnidad los rizos blondos que la herencia le ha sabido dejar. Escucha la madera añeja de la biblioteca que cruje cuando con fuerza se saca un libro puesto a presión, y entiende que la cocina está libre.

El sol del mediodía raja las piedras, y hace al anciano entrar al hogar. El plato de lentejas humeantes en la mesa, y esa anacronismo gastronómico que se pronuncia como una provocación, "pero para qué" reza para sus adentros. Levanta ambos platos, como la caballerosidad demanda, y prende la cafetera por el segundo brebaje del día. Ella acepta no por deseo sino por castigo, "para que haga algo".

Y viene entonces las miradas mudas, el respirar profundo, el diario que quita la incomodidad del silencio y el revisar los fúnebres que recuerdan la esperanza de que un día todo esto se termine. "Murió la chola" dice él. Levanta las cejas con cernida congoja ella. 

Y fue automático, no sé si ese día se habrán alineado los astros, si el hastío colmó el vaso, o si el equilibrio tácito del silencio se quebró por exceso de mesuras. Y tan podridos de todo, de todos, de las rutinas y costumbres, de él y de ella, de sí mismos y de esa vida sin sobresaltos, sin colores ni sorpresas, decidieron gritarse a dos voces el sin razón. Y se gritaron como nunca, porque no querían callar como siempre. Y las palabras brotaron a borbotones, manchando el mantel, cortando el diario y hasta enfriando el café.

Pero, por vez primera, pusieron en palabras el descontento. Pusieron en palabras las costumbres, los sentimientos amontonados, los recuerdos olivados. Pero, por sobre todo, pusieron por vez primera en palabras las nostalgias de una esperanza viva que no querían dejar morir. 

domingo, 11 de septiembre de 2016

EL GUARDAPOLVO

Inmaculado ingresa a la escuela un guardapolvo.
Sin dobleces, sin arrugas. Sin manchas, ni pinturas.

Recorre sus pasillos cual fantasma,
y con ahínco predica los mandatos del deber.

Debes andar derecho, debes caminar despacio.
Debes cuidar la pulcritud, debes mantener el decoro.

No debes sonreír en exceso, ni tampoco sentir en demasía.
No sea cosa que la alegría o la algarabía, traigan descuido y osadía.

Será entonces que en esto de la Patria nuestra,
con el indiage, el gauchaje y los arrabales
no hubo mayor necesidad que identificar lo indefinido.

Solo vaya uno a saber, si fue la idea primera,
que atrás de un trapo blanco de tela,
la humanidad toda se escondiera.

sábado, 27 de agosto de 2016

DIAS

Algo imperceptible se revuelve en mis entrañas y con suavidad asciende;
estremeciendo cada nervio, movilizando cada fibra, condensándose en mis lagrimales.

La mirada vidriosa y una historia que inunda la habitación.
Un oyente y un hablante.

El acto de decir porque se sabe escuchado,
el acto de escuchar porque se sabe confiado.

La distancia que demanda la emoción que no quiere desbordar,
y un relato en minúsculas que no pretende llamar la atención en demasía.

Una relatoría que desde la silenciosa sinceridad se etiqueta como una veracidad diseccionada.
Una emoción dormida que en el acto de escuchar encuentra los vértices de la empatía.

Oír y ser oído en los silencios. Decir y también decir sin las palabras.
Un diálogo mudo cubierto de sutilezas y embadurnado de sensaciones.

Un momento, en un día que no prometía mayores matices.
Un ápice de luz, entre tanta oscuridad.  

viernes, 26 de agosto de 2016

MAS QUE UNOS, PERSONAS

La gota que completa el vaso, y el vaso que no rebalsa.
Los lagrimales desiertos y el último sollozo que se borra en la memoria.
La mirada fría, el latido estereotipado y esa mueca fría que desdibuja la humanidad.

Una piel que no se eriza, pupilas que no dilatan.
Las arrugas hechas huella pantanosa de una gestualidad que se quedó atorada.
Una garganta que no se anuda, un estómago que no se revuelve.

Un grito, una cinteada, un abuso.
Un disléxico, un vago, un pobre diablo.
Uno más de todos los unos que el diario vivir trae a la jornada.

Solo pido que el vaso desborde cada vez que sea necesario,
Solo pido que los sollozos refresquen la memoria,
Solo pido que la mirada cálida y la curva cóncava de mi rostro
den el alivio a esos unos, que más que cifras son personas.

viernes, 12 de agosto de 2016

EL ÁRBOL Y LA VIDA

En el crepúsculo de un trueno, un rayo lo despedaza.

Bastó un segundo para matar años. Bastó un minuto para ver el desparramo. No alcanzó un día, para juntar las ramas, ni un mes para las hojas. El desgano, el hastío y esa angustia en la garganta, que no te deja avanzar en lo sabido. No es fácil ante el golpe seguir hacia adelante.

Ingrata es la imaginación, y el recuerdo ni les cuento. Mirar el tronco y que los ojos completen la imagen muerta. La impugnación del olvido, la resistencia de la memoria, esa es la negación con la que se vive los primeros días. Mirar con el desgano de un futuro trunco, mocho. Mirarse en el viejo árbol, y pelearse con el destino. Pensar mil veces lo que pudo ser, y no ha sido. Tragarse las lágrimas del árbol que no llora, y morderse las rabias del padre arrebatado. No fue fácil el verano donde vi al árbol caído.

Es que el árbol y el viejo, y el destino encaprichado, todo se fue en un mismo momento. El tronco trunco, como la familia. Y el miedo a lo incierto y el descontrol en el bolillero de la vida. Y ese piso que se mueve y esas raíces que no alcanzan. Y la gente que se amontona cuando uno no llega a sentir que duele, y de pronto se aleja cuando empieza a doler en serio. Las hojas secas desparramadas que el viento lleva y trae a su antojo, y los recuerdos revueltos, arremolinados, que con cada tormenta nos sacuden.

El árbol, el viejo y el destino, y un sinfín de imágenes donde me pierdo y confundo. Pero el tiempo pasa, y aunque no se define lo desdibujado, si se asienta lo arremolinado. El árbol, el viejo, el destino y la vida, que cada otoño y cada invierno pronuncian la muerte que antecede a la vida, y en esa primavera que nunca falta, retoña lo menos esperado.

lunes, 1 de agosto de 2016

CONFESIONES DE MEDIANOCHE

Debo confesar que por un instante debatí si debía o no dedicar estás simples líneas a una causa sin fin. Y confesaré también que siendo el día que es y la hora que ustedes notarán, la razón no tuvo muchos argumentos que le ganaran a la pasión (si de este modo se me permite bautizar a la impulsividad).

Suele ocurrir en la vida que nos encontramos con seres extraños en su forma y constitución. No es mi objeto referirme  con meticulosa pulcritud a su forma y evolución, que seguramente sabrán identificar; sino más bien describir a quienes no me permiten menos que sacarme el sombrero (léase la ironía). Es que no sé si es por acto de costumbre ya instalada o por asombro infinito, los hombres (cual genérico, no referido al sexo) envueltos en espejos no dejan de deslumbrarme.

Sí, sí. Bien leyeron: los hombres envueltos en espejos; algo así como una burbuja que devuelve la imagen por cientos, con un efecto inverso al vidrio espejado (se puede ver el interior desde fuera, pero impide su opuesto). Ahora cabe decir, no es que el mundo esté lleno de ellos, ni tampoco desprovisto, sino más bien que a veces cuesta reconocerlos.

Me han explicado debidamente que el espacio dentro de la burbuja suele ser escaso, por lo cual deben caminar erguidos, con la vista hacia el frente. Hay quienes incluso han advertido que bajar la mirada sería mortal, por eso suelen mirar por encima del hombro, cuidando no incurrir asiduamente en tal acción por demás arriesgada.

Dicen también algunos que por esta limitación del espacio, han aprendido a hablar bajo y pausado, haciendo el menor uso posible del aire; elemento por demás escaso en tal ambiente. De este modo, no es raro verlos sufrir jaquecas e incluso serios embotamientos que comprometen con facilidad sus procesos racionales. Es la falta misma de algo tan básico y esencial como el oxígeno, sentencian los que saben.

Otros, más arriesgados y menos benevolentes, han afirmado que no es el aire sino la eterna costumbre de escuchar su propio discurso lo que los hace hablar pausado y bajo. Es como sí su genética demandara una mayor proporción de discurso autodirigido, pero llegado el tope, se aturdieran a sí mismos y lucharan entre el impulso natural de seguir hablando y la necesidad ya dada de no continuar escuchándose. Se debe tener en cuenta, que no es sencillo vivir en un ambiente donde la reverberación es tan marcada.

Si diré en su defensa, que no es sencillo entender el mundo de todos, viviendo puertas adentro. No es poca cosa escuchar mil voces, pero que la vista solo devuelva la propia imagen. De algún modo, el sonido del mundo se vuelve intrusivo, ofuscante e incomprensible, porque la vista no les permite más que verse a sí mismos. No es sencillo reconciliar en el propio discurso las mil voces contrapuestas, y ante todo mantener indemne la propia imagen. No es fácil sostener la incoherencia.

Pero más allá de ello, quizás hoy se hayan alineado los astros y, por acto de la casualidad o la causalidad, me encontré con dos de ellos. Diré que intenté, pero no pude no vomitar este texto. Volviendo a las confesiones, no niego que tuve un algo dentro mío que se revolvió queriendo gritar algo tan obvio como el mundo mismo, pero luego recordé: no es sencillo comprender el mundo, cuando uno se ve sólo a sí mismo. 

jueves, 7 de julio de 2016

ACUERDOS ENTRE CUERDOS

En el frío vidrio del escritorio se reflejan los rostros en disputa. Seis asientos y un ambiente que se corta con cuchillo. Un ida y vuelta sinfín y palabras lanzadas a quien solo escucha sus elucubraciones. El escribiente con mano incendiada y quien dirige envuelve en palabras la reunión. Construir acuerdos, como adultos, resuena aún.
 
Metro veinte, metro treinta, metro diez, y algunos apenas un metro. Flacos, largos, petisos y hasta algunos regordetes. Rubios, morochos, castaños y hasta algunos colorados. Tranquilos, silenciosos, bulliciosos y siempre, y más de uno, efervescentes. Con sonrisa, con guardapolvo, con carcajadas y hasta algún distraído con chichón. Divertidos, serios, juguetones o hasta algún tristón. Queridos, amados, mimados y, aunque no se entienda, algunos ignorados o golpeados.

La escuela enseña, la familia educa, reza la frase empuñada. Disquisiciones lingüísticas sin ton ni son. Círculos discursivos con falta de corazón. Un relato adulto que pugna por la razón. Y en el medio, o quizás más hacia el fondo, en un segundo  plano, no sujeto a discusión, ellos. Los sin voz, los sin voto, los sin voluntad, los sin deseos. Los chicles del medio, de los que se tira, de todos lados, por "su bien".

Qué pasaría si un día todos, entendiéramos que sin importar su estatura, peso o color; carácter, temperamento o  situación, son niños de puro corazón. Niños, personas no adultas, no discursivos y hasta en ocasiones faltos de razón. Niños personas, que requieren de nuestro cuidado, cariño y protección.

jueves, 30 de junio de 2016

BURBUJAS

Existen relatos superpuestos, yuxtapuestos o incluso algunos opuestos. Es que un elemento no es lo que es, sino lo que significa. Pero la cuestión es que existen tantos significados como hombres sobre esta tierra.

Redondeada, perfecta e incluso multicolor. Así supiste describir tu burbuja. Por años la viste, la viviste, así. Dijiste que allí creció tu inocencia y se ramificaron tus sueños. Jugaste, creciste, mirando todo desde su interior. Resguardado. Protegido. E incluso, un poco ingenuo.

Pero un día, un día de esos que siempre llegan, que a todos nos llegan, la burbuja se pinchó. Y escribiste tu dolor, lloraste tu desilusión, y con la garganta anudada vomitaste en un papel tu indefensión. Dijiste que el día que eso ocurrió saliste a buscar la ayuda que en nadie supiste encontrar. Con dientes apretados, dijiste y acusaste que cada quien se encontró ocupado en su propia burbuja. Que a nadie le importo. Y sabés? A mí, sí me importó.

Un día, un día de esos que siempre llegan, que a todos nos llegan, mi burbuja también se pinchó. El clima templado, la luminosidad constante, e incluso ese suave sostén en las caídas, todo desapareció. Por primera vez el viento gélido de las noches. Por primera vez el calor abrasador de los días. Pero sobre todo, por primera vez las caídas sin el suave rebote de mi burbuja.

Entendí entonces tu caída. Lloré a gritos mudos mi dolor. Y pensé que había quedado afuera. Que no era parte del mundo de los que tienen burbuja. Y para colmo, para colmo, te miré y seguías rechinando los dientes. En tus ojos estaba el anhelo de lo que ya no era, mientras rumiabas la suerte de quienes conservaban su esfera multicolor.

Te miré, pero fue por poco tiempo. Antes de que me diera cuenta un sinfín de manos me rodearon. Hombros fuertes se ofrecieron para dejar correr mis lágrimas. Cálidos corazones me hicieron palpitar de nuevo, y trajeron el aliento que el susto de la explosión me había quitado.

Hoy miro hacia atrás y el recuerdo es inevitable. ¿Sabés quiénes fueron? Todos aquellos que ya no tienen burbuja, pero  decidieron dejar de llorarla. Aquellos que con sueños rotos, pies cansados y corazones maltrechos, decidieron seguir adelante y acompañar en ese camino a quienes tienen las agallas de seguir.  

jueves, 23 de junio de 2016

LAS PALABRAS

Un manojo de carcajadas y alguna lágrima socarrona que se escapa. Trata de explicarme tentada, mi hermana, esa palabra que apenas puede pronunciar. "Las corvas, las corvas". "Qué qué?" - pregunto. "Que tu madre dice que le duelen las corvas". Y explotamos en risa de nuevo, mientras ella y sus dolores no comparten la carcajada. Se queja mi progenitora, acentuando la costumbre, y tratando de adoctrinarnos con su palabra.

El obituario colectivo esconde entre sus anaqueles palabras que el tiempo intenta borrar. Por costumbre, por desuso o porque otros no las entienden, nos llamamos a la tiranía de hablar como todos lo hacen, de usar cortas palabras que resumen el pensamiento popular y dan marco suficiente a las charlas superfluas que rumia la sociedad.

Una sobre mesa y el hervor del agua que rellena las tazas desprende un aroma a frutos rojos que tiñe la escena. La charla discurre lenta y pensativamente; como la costumbre lo pide y los convidados disfrutan. Sale entonces esa frase que desde entonces guardo en mi memoria: "es que siempre lo decimos, en realidad los sinónimos no existen".

Puede el que enuncia decir que la tristeza, el pesar y la angustia son todas a la vez una misma cosa. Pero pregúntenle a quien se le anuda la garganta y se le cierra el pecho sí hablar de tristeza es suficiente. Lo grande, pesado y profundo del dolor no puede grabarse en un "anda mal". Cada palabra en su semántica, sonoridad y afectividad, adquieren una función única, irrepetible y necesaria. Que me traten de colifato por elucubrar cada término, pero no encuentro forma más fiable de representarme lo que veo.

Pasaron los años y revisando apuntes de tierras extrañas, la carcajada volvió.  Se vuelve inevitable entonces el recuerdo, y me vi en la obligación de reconocer mi/nuestro error. "Mamá a que no sabés que encontré leyendo para la maestría, si existían las corvas".

jueves, 16 de junio de 2016

UN NADIE

Un nadie.
Un nadie de escasos seis años.
Un nadie de guardapolvo sucio y pantalones gastadas.
Un nadie con madre ambulante y padre prestado.
Un nadie con sonrisa triste y pies inquietos.
Un nadie con la panza vacía y la mirada cargada.

Un alguien.
Un alguien de sobrados años.
Un alguien que ostenta guardapolvo y rulos blondos.
Un alguien con dientes apretados y seño malhumorado.
Un alguien que con brazo violento sacude al enano.
Un alguien que con rostro desencajado, enuncia desenfrenos.

Puertas adentro, un pensamiento se revuelca y estrangula.
Puertas adentro, un pensamiento busca aclaraciones para la sinrazón.
Puertas adentro, una emoción se retuerce y golpea.
Puertas adentro, una emoción se indigna impotente.
Puertas adentro, un pensamiento embotado de emoción reza:
la profesión y el guardapolvo, hoy han quedado manchados. 

jueves, 9 de junio de 2016

PREGUNTAS Y RESPUESTAS

Mil respuestas para una pregunta nunca hecha.
Mil preguntas para un respuesta inexistente.
Un mar de palabras y ninguna solución a la vista.

Niño de puños descuidados,
zapatillas embarradas,
y cuadernos atolondrados.

Te miro y tu rostro me detiene.
Tus ojitos enturbiados, tu sonrisa agarrotada.
Una pena muda y tus brazos entrelazados.

Mil respuestas que no encajan,
mil preguntas que no alcanzan.
Un mar de dimes y diretes,
y tu historia que no para.

Un dibujo, un llanto,
un comentario a la seño,
una patada al compañero.
Te miro.

Te miro, y el asombro.
Te miro, y la desidia.
Te miro, y la impotencia.
Te miro, y me preocupas.

Solo pido a ese Dios nuestro,
que las idas y venidas,
que las preguntas y respuestas,
un día terminen en tu cuidado.

martes, 7 de junio de 2016

SILENCIOS

Rostro enjuto, pelo anidado. Una pena en el alma te hace entrar gritando. Algunos creen que el chascarrillo o el golpe del recreo, pero ha sido aquello que no has contado.

Cubres tu cabeza, tapas tu rostro. Escondes así tus ojos de esa realidad que tanto desprecias. Te toman, sujetan tu brazo y, con firmeza apática, piden te tranquilices. Que levante la mano el niño que con un grito se calma! - ironizo en mis entrañas. 

Tan pequeño y tan turbado. Pocos días y demasiados llantos. Así la vida desordenada de quienes no pensaron en ti, dejan marcas que el tiempo no sabrá borrar.

Me acerco, reverente. Toco tu espalda. Te llamo por nombre, y cuando me miras, respetuoso pregunto si el mío quieres conocer. Aceptas, entonces me presento. Pregunto qué pasó, pero no quieres hablar. Entiendo, entonces te invito a la rutina de hacer lo debido; los deberes. No es momento, no quieres.

Propongo entonces ordenar las cuestiones. Guardamos el libro, juntamos las migas. Tomas el envoltorio abierto, los restos del sacapuntas. Colocamos las hojas en su lugar, y de a poco el escritorio se vuelve otro. 

Insisto, como el deber demanda, y aceptás. Completamos los renglones, buscamos en el diccionario. Copiamos del pizarrón y de a poco avanzamos. Pero te vas. Te vas en tus cavilaciones que poco tienen de niño. Te vas y te pierdo.

Pregunto - en qué pensás -, y me decís que en nada. Insisto. Decís que - en un juguete -. Te miro y tus ojos están lejos. Te perdiste allá, en algún recuerdo, o en algún intento por no recordar. 

jueves, 2 de junio de 2016

INVENTO DE UNA TARDE DE OTOÑO II

Alguien preguntó una vez, ¿qué sabe el pez del agua donde nada toda su vida? Matilde no mucho.

Contaron que aun cuando nadie la esperaba, por sorpresa los tomó en un buque. Llegó de apuro la sietemesina, y así vivió su vida. Dicen que antes del año ya corría, y al año y medio discutía con los peces. De la escuela se escapaba a cada rato, y cada vez que con locura la buscaban, las maestras la encontraban en la costa, absorta, obnubilada, perdida en el horizonte ondulante. Así se forjaría a temprana edad y a paso agigantado, ese amor que no tendría fin.

No era raro verla por el pueblo yendo hacia la costa. Iba rápido, siempre apurada. Algunos decían que cuando la marea bajaba, ella corría más, como si temiera quedarse sin su mar. Ahora sí, cuando llegaba, quedaba inmóvil; una serenidad inconmensurable parecía poseerla.

La gente decía que no era raro encontrarla días enteros en la costa. Allí amanecía, cazaba y comía. Nadaba, disfrutaba y se espaciaba. Tal era su conexión con el mar que decían que sus ojos cambiaban con él. Oscuros en las tormentas, cristalinos en la calma, bravos en las trifulcas.   

No era muy dada con la gente. De hecho no se le conoció amigos ni amores. Su compañía decía ella, era su mar. Ya de grande se hizo un tugurio en la costa, desde donde pudiera ver como los astros emergían, cada mañana y cada noche, de las entrañas mismas del abismo acuoso. 

Pero llegó un día, cuando con malicia los jóvenes del pueblo la buscaron. Trataron de hablarle aunque los esquivó. Hasta que oyó que del mar hablaban y allí atendió. Le dijeron con cordura elocuente que si se lo proponía podría cruzar el mar nadando en un día; así podría conocer su mar del otro lado. La broma parecía divertida, porque nadie creía que fuera a intentarlo.

Y así un día la risa se convirtió en llanto, cuando la broma se volvió tragedia. A conocer su mar se había ido, y de allá nunca volvió. Muchos decían que era idiota de nacimiento y por eso deambulaba por las costas. Yo creo que como pocos supo elegir lo que quería y hacer de su pasión una vida. 

martes, 31 de mayo de 2016

COLLAGE EXQUISITO

Garua finito, y la calle parece cada vez más cuesta arriba. Logro ubicar el "vehículo", si el artefacto de dos ruedas permite el calificativo. Como buen foráneo intento ingresar por el acceso incorrecto, quedándome parado frente a dos hojas de vidrio que nunca se abrieron. Apurado entonces por encontrar la puerta, pero más por evitar que los que están dentro me vean en situación, rodeo el edificio para lograr dar con la muestra.

Treinta artistas locales se dan cita en el centro cultura para mostrar un "Collage exquisito". Voy a ser sincero al decir que entré a la sala un tanto perdido, pero muy expectante. A primera vista encontré que el género y la edad que porto no se ajustaban al promedio. De a poco también comencé a notar que la vestimenta tampoco lo era. Sin embargo, pensé que no eran cosas que pudiera cambiar ya, y me di a la tarea de observar.

Apelando nuevamente a la sinceridad, más cruda esta vez, no fue sencillo contemplar entre tanto bochinche social, ni tanto niño correteando a los gritos. Pero me di a la tarea de comprender lo que me pareció en primera instancia incomprensible. Quizás por mi percepción del ambiente, proyecté en las obras un aire de superficialidad estética sin mucho profundidad que develar.

Dado el primer recorrido, y todavía tratando de comprender, entre otras cosas, la tertulia social que se daba cita; y a decir más, esperando la explicación por parte de los autores de sus producciones, opté por abstraerme y dar un segundo recorrido. Más en silencio, más puertas adentro. También, más detallado, pero a su vez más libre. No reparar en todas, sino solo en aquellas obras que captaran mi atención. Y observarlas, diseccionarlas y por un momento dejarme llevar, permitiendo percibir más allá de lo obvio.

El pensamiento me pudo: se observa mejor en silencio. Al fin y al cabo hay un alguien, del otro lado, que a través de una selección no azarosa de retazos, líneas, formas, colores, matices, texturas y demás elementos, intenta manifestar a un otro algo que merece ser escuchado con la vista. Y eso requiere, a mi entender, silencio.

Me dejé entonces llevar por una ventana que contempla un reflejo acuoso de una ciudad a media noche, por un tul blanco que rodeado por un texto escrito a mano alzada da cuenta de un agradecimiento que el tiempo no borra, por una mirada perdida en el horizonte compuesta por retazos de mil revistas que como cada mirada se compone de mil recuerdos e historias nunca contadas. Y me dejé llevar por el juego inocente de luces y sombras en los vestidos fluctuantes de un grupo de bailarinas, por las escaleras rotas de una vieja casa bañada en enredaderas, por el sonrosado cabello de una modelo, el sombreado azulado de sus ojos, y la lágrima a tono que recorría su mejilla.

Reparé en una gran huella dactilar compuesta por cientos de líneas de colores diversos. Y en un primer pantallazo creí ver su forma. Luego acercándome más, siguiendo cada una de ellas, comprendí los innumerables cursos, muchos impredecibles, muchos escondidos entre otras líneas. Y capté la singularidad no evidente de un mensaje preparado para el oyente, de esta y cada una de las obras. Un mensaje de tonalidades y formas devenidas en palabras y sensaciones nacidas del juego entre quien muestra y quien ve. Y mientras escribo estas líneas concluyo, menos mal que me llamé al silencio y me permití una segunda mirada.

jueves, 26 de mayo de 2016

MEDIO PANQUEQUE

La casa de Madrina Margarita era linda. Si bien era la madrina de una sola de los hermanos, era como la madrina de todos. Les encantaba ese pedacito de cielo. Los pisos de ladrillo y sus rendijas por donde barrer, cortaban la costumbre ya hecha del piso de tierra barrido con escoba de paja. "El juego de sillones! El juego de sillones…", recuerda sonriente, cosa que sus ojos no habían visto, ni sus oídos oído, ni había subido en sus pequeños corazones de niño. Madrina Margarita los cuidaba con esmero y, porque eran de tela, los cubría con una funda.

Aunque a decir verdad, la casa de Madrina Margarita también tenía sus cosas. Fue en casa de Madrina Margarita donde la picaron las vinchucas. Sería quizás porque estás vivían en el techo de paja, cosa que no era rara, aunque si sus alimañas. Cuestión es que, más allá de los bichos maliciosos, aprendió que no todos las vinchucas te pegan el mal de chagas.

Pero Madrina Margarita no solo cuidaba los sillones, también los cuidaba a ellos. Para alimentarles las mañas les hacía panqueques para chuparse los dedos. Y me cuenta, me dice con nostalgia y hasta con alguna lágrima: "Una vez, Madrina Margarita nos hizo panqueques, y yo me comí uno hasta la mitad. Y con la otra mitad crucé el campo y las calles vecinales. Me lo llevé a casa, porque le quería convidar a mamá."


"Ella siempre nos dijo que teníamos que compartir, y yo lo quería compartir con ella"; me dice con los ojos vidriosos. "Por eso les digo que tienen que compartir, incluso cuando no está el otro", me dice mamá, mientras me comparte una de esas historias que son para chuparse los dedos. Historias de esas, que como pocas, te alimentan el alma.    

martes, 24 de mayo de 2016

EL SEÑOR DE LAS REDES

Molesto, triste, confundido. Malhumorado, embrollado, revuelto. Aunque ninguna de ellas termina de ser la adecuada. Lavo las redes, mientras el día aclara, y sigo buscando la palabra que se me escapa. Descorazonado, sí, descorazonado; esa es la palabra.

El bullicio de las aves, y el gentío que se acerca, de algún modo cortan el silencio enlutado de las barcas silenciosas. El Maestro enseña y la gente se amontona. Hoy no hay ganas suficiente para escucharlo; continuo con las redes. Se acerca cauteloso, y como quien no fuera dueño de nada, el Señor de los Mares me pide mi barca. Se sienta en ella, la alejo un poco de la costa, y en primera fila escucho como enseña a la gente.

Descorazonado uno escucha menos. Descorazonado uno entiende menos. Descorazonado uno quiere menos. Pero el Señor no se impacienta, solo aguarda el momento justo. Viéndome inmerso en mis elucubraciones, pide: "Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar". Descorazonado, sí. Esa es la palabra.

Lo miro, y no le entiendo. Lo miro, y esas horas extenuantes de lucha contra el mar se amontonan en mis brazos. Lo miro, y los embates mentales una vez más recrudecen.  "Las redes, el mar, y la noche… durante el día?". "Si Rabbí - pienso para mis adentros - creo en vos, pero si Juan el Bautista… si la gente de Judea… si los rabinos y sacerdotes…. qué nos asegura que…". El absurdo de la empresa presente y futura, lo desesperado del momento y de los tiempos venideros, la incertidumbre y las ansiedades. Todo. Todo se amontona en mi rostro enjuto, y replico: "Maestro, toda la noche hemos estado trabajando, y nada hemos pescado…". Un silencio. Una pausa donde la eternidad se juega en un instante, y concluyo la frase: "más en tu palabra echaré la red".

Y una vez más, remar. Y una vez más, ir hacia lo incierto. Y una vez más, descorazonado. Y tirar las redes incrédulas, y no  esperar lo impensado, y tomar las cuerdas como quien no quiere la cosa, y darse cuenta de que todo se ha ido de las manos. Y de pronto, de pronto, súbitamente el estupor. El breve estupor de quien tiene en sus manos el peso de lo deseado. La sensación de estar ante quien lo cotidiano queda desarticulado. La convicción de la protección en el desamparo. Y la seguridad, la seguridad de estar ante al Señor de las Redes.


"Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador", replico mientras en el suelo con ahínco me aferro a sus pies. Con voz segura, y cálida a la vez, susurra: "No temas, desde ahora pescarás hombres".  

jueves, 19 de mayo de 2016

INVENTOS DE UNA TARDE DE OTOÑO

Ir al mercado es toda una travesía. Chiquito y mugroso, pero se ve… de lo que ya no hay. Basta con cruzar la puerta para encontrarse con el dueño. Sonrisa socarrona, calculadora en mano. Eso sí, no respires de más porque el viejo te lo cobra. Cuestión que uno tiene que ser, más que rápido, ligero. Pasa que el viejo es malo para la memoria, pero si te juna estás en el horno. En 15 segundos te calcula todas las deudas y terminás dejando hasta las medias.
 
Saludo entrecortado, y me escabullo. Aprovecho que el ponja de la esquina se acerca a la caja, y veo como el viejo empieza a rebuznar. Se viene una tertulia de como media hora. Los protagonistas: el viejo, que para los idiomas es corto como patada de chancho; el ponja, que castellano no habla, pero las avivadas se las sabe todas; y la vieja del bingo, que aunque mucho madruga parece que no consigue ayuda. No sé si será cosa de los astros, pero cada vez que encuentra un ratito para escaparse del negocio termina coincidiendo con el oriental.

Ya entre las góndolas me choco con el gurí del frente. Flaco como piojo de peluca, el guacho. Ahora sí, la vez que lo invité a comer a casa comía como lima nueva el desgraciado. Cada vez que lo veo me da bronca, la atorranta de la madre no le da ni la hora, pero padres ambulatorios sobran.

Sigo y más al fondo me encuentro con el flaco de la vuelta. Ese, el de la casa de las pintadas. Raro como perro verde. Siempre peleado con el peine, abrigado por demás, y con cara de recién levantado. Ahora, entre nos, cada vez que me lo encuentro en la caja, veo que traspira como testigo falso, no tanto por el abrigo como por los chocolates que se encanuta. No sé pa´ que roba, si se le nota en la cara al muy gil.

"Yerba, harina, lata de choclo, y... y… y… la pucha que no me acuerdo". Reviso los estantes con una mirada rápida a ver si la memoria viene en mi auxilio, pero parece que es en vano. Me encuentro entonces con los gringos que se mudaron al barrio. Todavía no los diviso en la cuadra, de hecho voy a apurarme para seguirlos disimuladamente. Lo divertido es verlos interactuar. Pollerudo el gringo, a los saltos lo tiene su paisana. Me río para adentro, y trato de recordar "… yerba, harina, lata de choclo y… y… y… la patrona me va a matar". Es que sí, acá el muerto se ríe del degollado.  

martes, 17 de mayo de 2016

AMAR, TEMER, PARTIR I

La cebolla salteada, la acelga del freezer. Los trocitos de morrón congelados y la cucharada de queso crema. Un huevo (no dos, para cuidar la salud), batida su clara para darle un algo especial a la preparación. Después agregar la yema y los demás ingredientes. Por último los condimentos que le dan ese toque que alegra el paladar. Y mezclar todo, y a la sartén. Y que la tortilla empiece a ser.

Controlo, para ver que la gestación sea adecuada, y noto entonces que la salud me jugó en contra. Un solo huevo no fue suficiente. Recuerdo a la viejita de 116 años que cuenta anecdótica entre sus secretos para la longevidad la ingesta diaria de uno o dos huevos crudos al día. Me río para adentro, y la tortilla termina siendo un revuelto de acelga. Aunque pienso: "Quizás hasta mejor. Pega con el día."

9 de Julio y Villegas, y el arte de una alemana (casi suena a la húngara de Gasalla1) en un museo argentino. "Amar, temer, partir: escenografías de familia" por Lili Tetzner. Ingreso a la sala, pregunto si se puede ver, y ante la afirmativa me quedo observando un maletín colgado de la pared que no tiene tapa. Se encuentra dividido en fragmentos menores con un entramado de maderas, y encierra en sus cubículos fotos que retratan a tres familias: la familia Cromo, la familia Bronce, y una tercera que ya no puedo recordar. Cada cual con sus integrantes, y comentarios: las primas chusmas, los tres nenes rubios, el abuelo que tragaba nieve, y demás. Lo extraño y simpático a la vez, es que todos ellos son muñecos de época, cada uno con sus vestimentas y expresiones.

Primero no entiendo del todo, pero me permito la inmersión. Encuentro escenas de familias y en cada sala paredes dedicadas a momentos. "El día que papá tocó fondo" y tres cuadros: el superior muestra una barca donde hay un hombre, una mujer y un niño remando en el lago; el siguiente, el mismo hombre nadando hacia el fondo; el de más abajo, de nuevo el personaje pero ya sentado en el fondo y un pez jugando a su lado. En otra sala, una inscripción reza: "En el mar" y encima una seguidilla de retratos de individuos cada uno tras una ventanilla de ojo de buey, dando la sensación de quien viaja hacia lo desconocido. En una tercer sala, el mapa de una ciudad. En sus calles un mensaje escrito a alguien que intuyo vive lejos. Palabras que destilan afecto, y un código de añoranzas solo descifrado por dos.

Sumergido de a poco empiezo a entender, pero aún más a sentir. Y me voy, un poco revuelto. Con sentimientos encontrados. Sí, sí, encontrados, porque detrás de esos muñecos fríos, se huele una historia de nostalgias, despedidas,  amores profundos y sinceros, nacidos de un otro que quiere decir, que se toma el trabajo de contar. Y me mueve, me  conmueve, la humanidad impresa en unos simples muñecos. Y me voy un poquito revuelto, pero también, un poquito más lleno.


1.Al citarse a la húngara de Gasalla, se hace referencia a un personaje aparecido en la película "Esperando la Carroza". Esta mujer velada por error pensando que era mamá Cora, la abuela de una familia que protagoniza la película.   

jueves, 12 de mayo de 2016

PARADÓJICO

Un pasillo gris y en silencio. Un grito en la noche que anuncia la vida. Otro pasillo gris pero ahogado en llanto, y el que esperaban que hablara, se va en silencio. Paradójico que sin saber pronunciar, lleguemos haciéndonos oír y, que pudiendo hablar, algunos se vayan sin decir.

Un padre insistente toma a su hijo de la mano y lo impulsa a caminar, mientras su madre festeja un balbuceo insipiente. El niño reticente defiende su miedo a caer. Otro niño bajo el mástil de bandera, reprendido guarda silencio. Paradójico que se nos enseñe a caminar y a hablar, y luego se nos califique por la pasividad y el mutismo.

Tres mujeres rodeando una mesa. Un café humeante, un té con edulcorante y un batido de frutas. Palabras que desbordan por la mesa. Una charla álgida a la vista, pero un contenido pobre en esencia. Paradójico que se pueda decir tanto, sin decir nada.

Dos amigos, una baraja de truco y otro café. Jugar sin medir tiempos, pero esquivando el diálogo para no hacer sufrir y de algún modo proteger. Paradójico pensar que haciendo silencio no se dice nada.

Y la despedida. Y el amigo que comprende sin palabras. Y un abrazo silencioso que lo dice todo. 

martes, 10 de mayo de 2016

NO SON LAS COSAS

Entrando en la casa repara meticulosamente en cada detalle. Es un observador nato a pesar de su corta edad. Estudia las paredes, observando su forma, color e incluso textura. Se detiene en el cuadro y ante el abstracto de cuatro colores se deja asombrar aun cuando su rostro indica que mucho no entiende. 

-De esto me hablabas? Esto era lo que me querías mostrar? - pregunta casi sin esperar respuesta. Está absorto, dado a la tarea de descubrir aquello que le dije, tanto valor tenía para mí. La curiosidad le gana, y no le gusta que le simplifiquen los problemas que se ha dado a resolver. Así que se da a la tarea de inspeccionar.

Observa el piano, pasa sus dedos sobre las teclas. Se sienta frente a él, y hace las veces de un gran pianista. Me río para adentro con sus muecas y gestos a ojos cerrados. Deja el juego y vuelve a su tarea de dar con el objeto. Mira la mesa, y entiende con facilidad que no hay nada que merezca la atención más que una taza y unas galletas que en cualquier otra mesa pueden ser halladas.

Se empieza a impacientar, así que acelera su búsqueda. Se tira en el futón y piensa, quizás el valor está en su comodidad. Pero no ve nada en mi rostro que indique que haya resuelto el acertijo. Intento darle una pista, pero antes que abra mi boca me pide que calle. Es tozudo, y quiere hacerlo solo.

Se aventura entonces en el cuarto. Recorre pausadamente los títulos de la biblioteca y empieza a reparar en cuanto me gustan los libros. De a ratos mira mi rostro y trata de encontrar alguna mueca, pero halla ningún indicio que le sea suficiente. Se topa con el violín de la abuela, y recuerda la historia. Lo toma con sus manos y todo campante me dice: "La hubieras hecho más complicado. Esa historia ya me la contaste" - Casi - le contesto, solo para ver como su rostro se frunce nuevamente.

Busca, revisa, piensa, pero nada. Cansado se tira en la cama a sus anchas, resuelto a tomarse un descanso antes de continuar con la tarea. Apoyado en el marco de la puerta lo observo, absorto en su juego. De pronto pega un salto, y está en cuatro patas en el piso revisando debajo de la cama.

Se sienta y desilusionado me mira. - Me doy - confiesa. Me acerco entonces, y abro el placard. Abro un cajón y saco una vieja caja de golosinas. Me mira con rostro desconcertado. Me siento junto a él en el piso y abro el frágil "cofre". Empiezo a sacar entonces su contenido: mensajes en hojas arrancadas, notas en el reverso de un ticket del supermercado, algún llavero, y hasta envoltorios de chocolates y alfajores. Me mira y no comprende. Le explico entonces: "no son las cosas, si no las historias detrás de ellas."  

domingo, 8 de mayo de 2016

ATREVERSE A DECIR ESCUCHANDO

Dos poltronas y una valija antigua de mesa ratona dan el tono melancólico vintage que la escena requiere. Hablamos. Oración donde tácitamente nos encontramos en ese acto tan humano de pronunciar/se, escuchar/se y responder/se.

Sujetos expresos hablando, en ocasiones, tácitamente para no involucrarse más de la cuenta. Predicados verbales simples para ser enfáticos, o compuestos cuando nos asalta la verborragia. Predicados no verbales cuando tu mirada o la mía, dicen mucho más de la cuenta. Y vamos modificando el discurso directa o indirectamente, como quien no quiere la cosa. Y las aposiciones aclaratorias, y los circunstanciales que dan las disculpas.

Es que esas palabras con las que nos enseñaron a analizar el lenguaje, allá por la primaria o el secundario, se quedan cortas cuando intentan capturar la escena que a distancia me permito observar: el intenso y complejo flujo de signos y símbolos que se da café en mano.

Aunque necesario, de la educación formal hemos obtenido casi solamente el arte de diseccionar un diálogo, pero no siempre la habilidad para su construcción. Pronunciar es un acto que se inaugura con el cliché "papá" o "mamá". Y me permito la aposición, aclarando que el cliché es para quien pronuncia y no para quien oye. A partir de allí, un universo infinito de combinaciones fonéticas y sintácticas se abre ante el curioso que desea saborearlas. 

En el paso de los años, incansables docentes se han dado a la tarea de enseñaron a estructurar el lenguaje. Conocer sus partes y funciones, y así hacer un culto inconsciente a la sintaxis. Sin dejar de lado, por supuesto, los usos y costumbres de esa pragmática socialmente aceptada, que los hombres de bien debían aprender.

Pero café en mano, el cantar es otro. La sintaxis y la pragmática son condiciones necesarias, pero no suficientes. La semántica se vuelve dueña y señora. Porque al fin y al cabo, qué objeto tiene que con maestría y ajuste a la situación se sapa pronunciar frases hechas, si no se tiene la sensibilidad de comprender en la escucha activa a quien se pronuncia. Incluso, si no se tiene la capacidad de escucharse a sí mismo en esa charla y descubrirse en esa relación única con el par oyente, qué razón tiene robarle silencios a la escena. A caso el pronunciar tiene razón de ser fuera del escuchar.

Comprender, comprenderse, en la palabra pronunciada y escuchada. Un acto humano sin precedentes. Ser capaz de traspasar las barreras de la biología y del deber ser. Salir del sí mismo llegando al otro y fusionarse en la construcción de un sentido compartido y único a la vez. Acto en el cual uno es conocido y reconocido, exponiéndose en lo más íntimo del ser, que es su pensamiento. Atreviéndose a correr el riesgo de ser entendido por alguien que tiene el valor suficiente de aceptar y asumir la responsabilidad que esa invitación conlleva.

Comprender, construir sentido. Más que estructurar el lenguaje, es permitir que el lenguaje del otro nos desestructure. Hallar la lógica y la emoción atrás de cada palabra, de cada frase, de cada sentido, y encontrar en aquel otro uno que lucha (en ocasiones, incluso consigo mismo) para darse a conocer y permitirse ser conocido.   

jueves, 5 de mayo de 2016

RITOS

"—¿Qué es un rito? —inquirió el principito. —Es también algo demasiado olvidado —dijo el zorro—. Es lo que hace que un día no se parezca a otro día y que una hora sea diferente a otra." (ANTOINE DE SAINT - EXUPÉRY)

Lunes, miércoles y viernes a las 18.30 horas, concursos de secundaria. Lunes a viernes a las 18 horas, concursos de primaria. Lunes a viernes 9 y 14 horas, concursos de suplencias cortas de secundaria y primaria. Todos sujetos a previa notificación en la web. Martes por las noche, 20.30, grupo de oración con amigos. Jueves por la tarde, 16 horas, grupo de escritura entre amigos ("la secta"). Sábados por la mañana, 9.30, reunión en la iglesia. Domingos, martes y jueves a las 20, publicar un post en el blog.

Alguien habló alguna vez de lo que denominó la angustia del domingo por la tarde. De algún modo quiso referir a esa extraña sensación que emerge, no en pocos, justamente en el medio tiempo antes que comience la semana. Las explicaciones son varias, van desde la melancolía hasta la resistencia a comenzar la semana. Desde esa añoranza que da la tranquilidad hasta la extrañeza de no tener ningún deber pautado. Y creo yo que por ahí viene la cosa.

El domingo por la tarde, en una semana típica, suele ser el espacio no planificado. Ese lapso donde la inventiva, la creatividad y la planificación personal pueden tener cabida. Si, exactamente, por eso emerge la angustia. Porque hay que decidir. Hacerse cargo. Cosa a la que nos han desacostumbrado, y nosotros hemos consentido plácidamente.

Sin embargo, en la vida de un desempleado, la amplitud de la angustia del domingo por la tarde cobra dimensiones mayores. Porque es de domingo a domingo: los siete días de la semana y las veinticuatro horas del día (espero  no los 365 días del año).

Es así como los primeros quince días entendés la libertad horaria como la panacea de un sistema que nos desacostumbró a decidir. A partir del decimosexto, empezás a notar que hay algo que no cierra. Y el veinteavo, decretás el caos existencial. Entonces el día veintidós, tomás las riendas del uso horario o te acostumbras a "fluir". No es mi caso.


Es que en esta vida paranormal que llevo, la falta de hitos impuestos en el tiempo, me ha permitido entender cuan responsable soy de ellos, y en qué medida puedo construirlos artesanalmente y no depender de los productos enlatados. 

martes, 3 de mayo de 2016

OFF LINE

Bufanda al cuello, medias de invierno, jean grueso y campera rompe viento. Es domingo por la tarde y las ideas no sobran; al contrario, faltan. Subo al ascensor, bajo a la calle. Abro la puerta y me encuentro por primera vez con el día.

Fresco, pero con el arropamiento no lo siento. Un tanto gris, hasta con algunas gotas tímidas que caen para completar la escena. Movido por la angustia del domingo por la tarde (como algunos se han permitido llamarla) me doy a la suerte de recorrer el camino de mis pies. Me convenzo, a medias, de encontrar en el recorrido alguna historia que me permita escribir. Pero para asegurarme que la caminata no sea infructuosa, pongo a mis pasos la voluntad de encontrar algo dulce para el estómago.

Recorro entonces las calles, las vidrieras, los rostros. Observo, indago. Fuerzo alguna escena tratando de encontrar una historia encubierta, y me encuentro a mí mismo cayendo en clichés que en las letras sobran. Finalmente, me doy a la suerte de no pensar, aunque me reprocho la poca creatividad. 

No puedo; entonces pienso, pero aún más, siento. Los pies por el suelo, los ojos revueltos y la mente en piloto automático. Y después de unos metros me encuentro.  Alienado hacia adentro. Separado, silenciado, desconectado. Me encuentro intencional y personalmente interrumpido, pero me encuentro. 

Entiendo allí el tinte gris de la escena. Veo, donde se posan mis ojos, algo de lo que llevo dentro. Y al sentir el entramado de blancos y negros, percibo un atisbo de conexión conmigo mismo. Comprendo entonces que la conciencia huye ante la realidad. Que la cabeza y el corazón recorren caminos distintos para no pensar lo que siento, y para sentir lo que no pienso.

Acepto que hace falta hacerse cargo de los platos, no desde la figura del arrepentido que busca la reducción de su pena, ni como quien busca una amnistía negligente; mucho menos asumiendo procesiones meritorias. Más bien, mirando a rostro descubierto las realidades, pronunciándome los silencios y sintiéndome en carne viva. No careteándome los emociones, ni mintiéndome en mis estados, sino declarándome las verdades verdaderas.

Asumiendo el pasado y el presente, y sus historias encriptadas, como elementos construidos por decisiones tomadas (algunas buenas y otras no tanto). Pero también, asumiendo los pensamientos y emociones emergentes como estados verdaderos, auténticos y necesarios a partir de los cuales tomar nuevas y mejores decisiones, en este camino de hacer las paces con uno mismo. 

domingo, 1 de mayo de 2016

LA GALERÍA DEL RECUERDO

Mis pasos, sin quererlo, me llevan a una habitación gélida. Sabiéndome dentro del recinto, un suspiro profundo se me escapa. Vidrios esmerilados, anchos y de gran altura hacen las veces de paredes que limitan el espacio. En el centro una luz tenue que da un tono de nostalgia a la escena. En los rincones la oscuridad que se escabulle.

Camino, como quien conoce el recorrido. Se amontonan en sus paredes cuadros de diversas formas, tamaños y colores. Son recortes del pasado. Impresiones vivas de un tiempo que ya no es, pero que insiste en emerger. La tristeza y la rabia, el consuelo y la paz, la negación y el silencio resignado. Uno a uno, situaciones, olores, sonidos, palabras, abrazos, llantos e incluso sonrisas.

Recorro quedamente, y observo. Observo que algunos están como apagándose, desdibujados por el tiempo y sus andares. Otros los siento vivos, casi frescos podría decir. Pero trato de no quedarme en ninguno, aunque todos movilizan algo en mí. 

Siempre me pasa lo mismo. Terminado el recorrido me siento en un banco que aparece en medio de la escena. Mis piernas ligeramente abiertas y el cuerpo recostado sobre ellas. Los codos se traban en las rodillas y con las manos sostengo mi cabeza. Llegado el momento, más por costumbre que por deseo, emerge la pregunta de siempre: "¿Por qué?" Levanto de nuevo el rostro y con un giro lento me permito observar los cuadros nuevamente. Pienso para mis adentros: "la vida es eso que pasa mientras tratamos de explicarla".

Me inclino una vez más y descanso en mis manos. Cobro fuerzas y decido salir de la habitación.

jueves, 28 de abril de 2016

PERDONÁ, Y DEJÁ DE MANDAR FRUTA

Viernes rozando el mediodía y una mañana que se fue en palabras. Fresco, renovado, salgo a comprar los víveres. Llego a la verdulería y cual forastero me doy a la tarea de inspeccionar la zona. Tomo unas bolsas y empiezo la tarea de seleccionar.

Me acerco a una peligrosa torre de zapallitos de tronco, y cual jugador de Jenga comienzo a sacar las piezas, con la mala  (malísima) suerte que la avalancha de hortalizas se viene sobre mí. Unos pocos (suertudos diría yo) quedaron atrapados entre mis manos. Otros, con peor destino, rodaron mostrador abajo. Solo pude cruzar mirada con uno de los empleados, deseando para mis adentros que haya empezado el día con el pie derecho. Con sonrisa cómplice lo miré y vomité: "Disculpá flaco!", mientras sostenía los que trataba que no se cayeran.

Los astros estaban en línea. Me miró y dijo: "Tranquilo, dejá. No hay drama". Se acercó y me ayudó. Rápidamente tomé unos zapallitos y me alejé de la zona de peligro. Ya con mayor cautela descubrí que varias verduras habían sido estratégicamente acomodadas con la misma "lógica".

Una vez con los productos en mano, me dirigí a la caja. La escena se presentaba más o menos así. Masculino de veintitantos años, presunto cajero. Teléfono en el hombro sostenido contra la oreja, birome en mano, trata de anotar en un talonario escurridizo. En simultaneo, hace las veces de "empleado multitasking" pesando las bolsas de una mujer que regatea los precios de las manzanas (con guardaespaldas, metro ochenta, al que identifica como "hijo"). "Que si son redondas, que si son cuadradas", "que si son oscuras, que si son claras", "que si tienen manchas o tienen rayas". Sí, sí, exagero. Pero igual no entiendo. La cola comienza a alargarse. Yo simplemente sonrió. La verdad me entretiene observar  mientras hipotetizo quién será el occiso.

Queriéndole ganar minutos al reloj, el empleado, todavía teléfono en hombro, discute los cinco pesos de diferencia de las manzanas en función del cajón de origen y trata de pesar y asignar valor a otras dos manzanas y tres bananas del siguiente cliente. Mientras intercala de forma discretamente audible un rosario que no transcribiré. La mujer no desiste la rauda batalla por sus cinco pesos. El cajero cae en cuenta que le sumó mal las frutas al nuevo cliente. Le pide el ticket, y este no sabe dónde lo ha puesto. En esa calesita de idas y vueltas, el cajero reparte disculpas a cuanta mirada cruza. Y el que estaba atrás mío comienza a rebuznar con apio en mano (parece que pensaba irse rápido). Yo sigo sonriendo.

Cede con la mujer, le cobra al cliente de las frutas, corta el teléfono y llega su compañero. Pesan lo que llevo, me cobran. El de atrás sigue con respiraciones profundas (creo que está por hiperoxigenarse). Yo solo sonrío. Apio en mano, me lo vuelvo a encontrar en la puerta. Se lo nota apurado, pero cede el paso. Entiendo su prisa y hago seña para que abandone su cordialidad. Sale y atrás yo. Me quedo pensando: "cinco pesos, cinco minutos". "¿No será que esta sociedad inflacionista se nos está yendo un poco de las manos? No sé, son cinco pesos, son cinco minutos".