domingo, 8 de mayo de 2016

ATREVERSE A DECIR ESCUCHANDO

Dos poltronas y una valija antigua de mesa ratona dan el tono melancólico vintage que la escena requiere. Hablamos. Oración donde tácitamente nos encontramos en ese acto tan humano de pronunciar/se, escuchar/se y responder/se.

Sujetos expresos hablando, en ocasiones, tácitamente para no involucrarse más de la cuenta. Predicados verbales simples para ser enfáticos, o compuestos cuando nos asalta la verborragia. Predicados no verbales cuando tu mirada o la mía, dicen mucho más de la cuenta. Y vamos modificando el discurso directa o indirectamente, como quien no quiere la cosa. Y las aposiciones aclaratorias, y los circunstanciales que dan las disculpas.

Es que esas palabras con las que nos enseñaron a analizar el lenguaje, allá por la primaria o el secundario, se quedan cortas cuando intentan capturar la escena que a distancia me permito observar: el intenso y complejo flujo de signos y símbolos que se da café en mano.

Aunque necesario, de la educación formal hemos obtenido casi solamente el arte de diseccionar un diálogo, pero no siempre la habilidad para su construcción. Pronunciar es un acto que se inaugura con el cliché "papá" o "mamá". Y me permito la aposición, aclarando que el cliché es para quien pronuncia y no para quien oye. A partir de allí, un universo infinito de combinaciones fonéticas y sintácticas se abre ante el curioso que desea saborearlas. 

En el paso de los años, incansables docentes se han dado a la tarea de enseñaron a estructurar el lenguaje. Conocer sus partes y funciones, y así hacer un culto inconsciente a la sintaxis. Sin dejar de lado, por supuesto, los usos y costumbres de esa pragmática socialmente aceptada, que los hombres de bien debían aprender.

Pero café en mano, el cantar es otro. La sintaxis y la pragmática son condiciones necesarias, pero no suficientes. La semántica se vuelve dueña y señora. Porque al fin y al cabo, qué objeto tiene que con maestría y ajuste a la situación se sapa pronunciar frases hechas, si no se tiene la sensibilidad de comprender en la escucha activa a quien se pronuncia. Incluso, si no se tiene la capacidad de escucharse a sí mismo en esa charla y descubrirse en esa relación única con el par oyente, qué razón tiene robarle silencios a la escena. A caso el pronunciar tiene razón de ser fuera del escuchar.

Comprender, comprenderse, en la palabra pronunciada y escuchada. Un acto humano sin precedentes. Ser capaz de traspasar las barreras de la biología y del deber ser. Salir del sí mismo llegando al otro y fusionarse en la construcción de un sentido compartido y único a la vez. Acto en el cual uno es conocido y reconocido, exponiéndose en lo más íntimo del ser, que es su pensamiento. Atreviéndose a correr el riesgo de ser entendido por alguien que tiene el valor suficiente de aceptar y asumir la responsabilidad que esa invitación conlleva.

Comprender, construir sentido. Más que estructurar el lenguaje, es permitir que el lenguaje del otro nos desestructure. Hallar la lógica y la emoción atrás de cada palabra, de cada frase, de cada sentido, y encontrar en aquel otro uno que lucha (en ocasiones, incluso consigo mismo) para darse a conocer y permitirse ser conocido.   

2 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. Me encantó por muchos motivos. Pero por acá destaco sólo uno: el texto me gustó especialmente porque me trasmite que no importa si el receptor es un "buen/mal entendedor", no siempre las "pocas palabras bastan".

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