Algo imperceptible
se revuelve en mis entrañas y con suavidad asciende;
estremeciendo cada
nervio, movilizando cada fibra, condensándose en mis lagrimales.
Un oyente y un
hablante.
El acto de decir
porque se sabe escuchado,
el acto de escuchar
porque se sabe confiado.
La distancia que
demanda la emoción que no quiere desbordar,
y un relato en
minúsculas que no pretende llamar la atención en demasía.
Una relatoría que
desde la silenciosa sinceridad se etiqueta como una veracidad diseccionada.
Una emoción dormida
que en el acto de escuchar encuentra los vértices de la empatía.
Oír y ser oído en
los silencios. Decir y también decir sin las palabras.
Un diálogo mudo
cubierto de sutilezas y embadurnado de sensaciones.
Un momento, en un
día que no prometía mayores matices.
Un ápice de luz,
entre tanta oscuridad.
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