Debo confesar que
por un instante debatí si debía o no dedicar estás simples líneas a una causa
sin fin. Y confesaré también que siendo el día que es y la hora que ustedes
notarán, la razón no tuvo muchos argumentos que le ganaran a la pasión (si de
este modo se me permite bautizar a la impulsividad).
Suele ocurrir en la
vida que nos encontramos con seres extraños en su forma y constitución. No es
mi objeto referirme con meticulosa
pulcritud a su forma y evolución, que seguramente sabrán identificar; sino más
bien describir a quienes no me permiten menos que sacarme el sombrero (léase la
ironía). Es que no sé si es por acto de costumbre ya instalada o por asombro
infinito, los hombres (cual genérico, no referido al sexo) envueltos en espejos
no dejan de deslumbrarme.
Sí, sí. Bien
leyeron: los hombres envueltos en espejos; algo así como una burbuja que
devuelve la imagen por cientos, con un efecto inverso al vidrio espejado (se
puede ver el interior desde fuera, pero impide su opuesto). Ahora cabe decir,
no es que el mundo esté lleno de ellos, ni tampoco desprovisto, sino más bien
que a veces cuesta reconocerlos.
Me han explicado
debidamente que el espacio dentro de la burbuja suele ser escaso, por lo cual
deben caminar erguidos, con la vista hacia el frente. Hay quienes incluso han
advertido que bajar la mirada sería mortal, por eso suelen mirar por encima del
hombro, cuidando no incurrir asiduamente en tal acción por demás arriesgada.
Dicen también
algunos que por esta limitación del espacio, han aprendido a hablar bajo y
pausado, haciendo el menor uso posible del aire; elemento por demás escaso en
tal ambiente. De este modo, no es raro verlos sufrir jaquecas e incluso serios
embotamientos que comprometen con facilidad sus procesos racionales. Es la
falta misma de algo tan básico y esencial como el oxígeno, sentencian los que
saben.
Otros, más
arriesgados y menos benevolentes, han afirmado que no es el aire sino la eterna
costumbre de escuchar su propio discurso lo que los hace hablar pausado y bajo.
Es como sí su genética demandara una mayor proporción de discurso autodirigido,
pero llegado el tope, se aturdieran a sí mismos y lucharan entre el impulso
natural de seguir hablando y la necesidad ya dada de no continuar escuchándose.
Se debe tener en cuenta, que no es sencillo vivir en un ambiente donde la
reverberación es tan marcada.
Si diré en su
defensa, que no es sencillo entender el mundo de todos, viviendo puertas
adentro. No es poca cosa escuchar mil voces, pero que la vista solo devuelva la
propia imagen. De algún modo, el sonido del mundo se vuelve intrusivo,
ofuscante e incomprensible, porque la vista no les permite más que verse a sí
mismos. No es sencillo reconciliar en el propio discurso las mil voces
contrapuestas, y ante todo mantener indemne la propia imagen. No es fácil
sostener la incoherencia.
Pero más allá de
ello, quizás hoy se hayan alineado los astros y, por acto de la casualidad o la
causalidad, me encontré con dos de ellos. Diré que intenté, pero no pude no
vomitar este texto. Volviendo a las confesiones, no niego que tuve un algo
dentro mío que se revolvió queriendo gritar algo tan obvio como el mundo mismo,
pero luego recordé: no es sencillo comprender el mundo, cuando uno se ve sólo a
sí mismo.
No es fácil sostener la incoherencia.
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