lunes, 1 de agosto de 2016

CONFESIONES DE MEDIANOCHE

Debo confesar que por un instante debatí si debía o no dedicar estás simples líneas a una causa sin fin. Y confesaré también que siendo el día que es y la hora que ustedes notarán, la razón no tuvo muchos argumentos que le ganaran a la pasión (si de este modo se me permite bautizar a la impulsividad).

Suele ocurrir en la vida que nos encontramos con seres extraños en su forma y constitución. No es mi objeto referirme  con meticulosa pulcritud a su forma y evolución, que seguramente sabrán identificar; sino más bien describir a quienes no me permiten menos que sacarme el sombrero (léase la ironía). Es que no sé si es por acto de costumbre ya instalada o por asombro infinito, los hombres (cual genérico, no referido al sexo) envueltos en espejos no dejan de deslumbrarme.

Sí, sí. Bien leyeron: los hombres envueltos en espejos; algo así como una burbuja que devuelve la imagen por cientos, con un efecto inverso al vidrio espejado (se puede ver el interior desde fuera, pero impide su opuesto). Ahora cabe decir, no es que el mundo esté lleno de ellos, ni tampoco desprovisto, sino más bien que a veces cuesta reconocerlos.

Me han explicado debidamente que el espacio dentro de la burbuja suele ser escaso, por lo cual deben caminar erguidos, con la vista hacia el frente. Hay quienes incluso han advertido que bajar la mirada sería mortal, por eso suelen mirar por encima del hombro, cuidando no incurrir asiduamente en tal acción por demás arriesgada.

Dicen también algunos que por esta limitación del espacio, han aprendido a hablar bajo y pausado, haciendo el menor uso posible del aire; elemento por demás escaso en tal ambiente. De este modo, no es raro verlos sufrir jaquecas e incluso serios embotamientos que comprometen con facilidad sus procesos racionales. Es la falta misma de algo tan básico y esencial como el oxígeno, sentencian los que saben.

Otros, más arriesgados y menos benevolentes, han afirmado que no es el aire sino la eterna costumbre de escuchar su propio discurso lo que los hace hablar pausado y bajo. Es como sí su genética demandara una mayor proporción de discurso autodirigido, pero llegado el tope, se aturdieran a sí mismos y lucharan entre el impulso natural de seguir hablando y la necesidad ya dada de no continuar escuchándose. Se debe tener en cuenta, que no es sencillo vivir en un ambiente donde la reverberación es tan marcada.

Si diré en su defensa, que no es sencillo entender el mundo de todos, viviendo puertas adentro. No es poca cosa escuchar mil voces, pero que la vista solo devuelva la propia imagen. De algún modo, el sonido del mundo se vuelve intrusivo, ofuscante e incomprensible, porque la vista no les permite más que verse a sí mismos. No es sencillo reconciliar en el propio discurso las mil voces contrapuestas, y ante todo mantener indemne la propia imagen. No es fácil sostener la incoherencia.

Pero más allá de ello, quizás hoy se hayan alineado los astros y, por acto de la casualidad o la causalidad, me encontré con dos de ellos. Diré que intenté, pero no pude no vomitar este texto. Volviendo a las confesiones, no niego que tuve un algo dentro mío que se revolvió queriendo gritar algo tan obvio como el mundo mismo, pero luego recordé: no es sencillo comprender el mundo, cuando uno se ve sólo a sí mismo. 

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