jueves, 19 de mayo de 2016

INVENTOS DE UNA TARDE DE OTOÑO

Ir al mercado es toda una travesía. Chiquito y mugroso, pero se ve… de lo que ya no hay. Basta con cruzar la puerta para encontrarse con el dueño. Sonrisa socarrona, calculadora en mano. Eso sí, no respires de más porque el viejo te lo cobra. Cuestión que uno tiene que ser, más que rápido, ligero. Pasa que el viejo es malo para la memoria, pero si te juna estás en el horno. En 15 segundos te calcula todas las deudas y terminás dejando hasta las medias.
 
Saludo entrecortado, y me escabullo. Aprovecho que el ponja de la esquina se acerca a la caja, y veo como el viejo empieza a rebuznar. Se viene una tertulia de como media hora. Los protagonistas: el viejo, que para los idiomas es corto como patada de chancho; el ponja, que castellano no habla, pero las avivadas se las sabe todas; y la vieja del bingo, que aunque mucho madruga parece que no consigue ayuda. No sé si será cosa de los astros, pero cada vez que encuentra un ratito para escaparse del negocio termina coincidiendo con el oriental.

Ya entre las góndolas me choco con el gurí del frente. Flaco como piojo de peluca, el guacho. Ahora sí, la vez que lo invité a comer a casa comía como lima nueva el desgraciado. Cada vez que lo veo me da bronca, la atorranta de la madre no le da ni la hora, pero padres ambulatorios sobran.

Sigo y más al fondo me encuentro con el flaco de la vuelta. Ese, el de la casa de las pintadas. Raro como perro verde. Siempre peleado con el peine, abrigado por demás, y con cara de recién levantado. Ahora, entre nos, cada vez que me lo encuentro en la caja, veo que traspira como testigo falso, no tanto por el abrigo como por los chocolates que se encanuta. No sé pa´ que roba, si se le nota en la cara al muy gil.

"Yerba, harina, lata de choclo, y... y… y… la pucha que no me acuerdo". Reviso los estantes con una mirada rápida a ver si la memoria viene en mi auxilio, pero parece que es en vano. Me encuentro entonces con los gringos que se mudaron al barrio. Todavía no los diviso en la cuadra, de hecho voy a apurarme para seguirlos disimuladamente. Lo divertido es verlos interactuar. Pollerudo el gringo, a los saltos lo tiene su paisana. Me río para adentro, y trato de recordar "… yerba, harina, lata de choclo y… y… y… la patrona me va a matar". Es que sí, acá el muerto se ríe del degollado.  

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