Garua finito, y la
calle parece cada vez más cuesta arriba. Logro ubicar el "vehículo",
si el artefacto de dos ruedas permite el calificativo. Como buen foráneo
intento ingresar por el acceso incorrecto, quedándome parado frente a dos hojas
de vidrio que nunca se abrieron. Apurado entonces por encontrar la puerta, pero
más por evitar que los que están dentro me vean en situación, rodeo el edificio
para lograr dar con la muestra.
Treinta artistas
locales se dan cita en el centro cultura para mostrar un "Collage
exquisito". Voy a ser sincero al decir que entré a la sala un tanto
perdido, pero muy expectante. A primera vista encontré que el género y la edad
que porto no se ajustaban al promedio. De a poco también comencé a notar que la
vestimenta tampoco lo era. Sin embargo, pensé que no eran cosas que pudiera
cambiar ya, y me di a la tarea de observar.
Apelando nuevamente
a la sinceridad, más cruda esta vez, no fue sencillo contemplar entre tanto
bochinche social, ni tanto niño correteando a los gritos. Pero me di a la tarea
de comprender lo que me pareció en primera instancia incomprensible. Quizás por
mi percepción del ambiente, proyecté en las obras un aire de superficialidad
estética sin mucho profundidad que develar.
Dado el primer
recorrido, y todavía tratando de comprender, entre otras cosas, la tertulia
social que se daba cita; y a decir más, esperando la explicación por parte de
los autores de sus producciones, opté por abstraerme y dar un segundo
recorrido. Más en silencio, más puertas adentro. También, más detallado, pero a
su vez más libre. No reparar en todas, sino solo en aquellas obras que captaran
mi atención. Y observarlas, diseccionarlas y por un momento dejarme llevar,
permitiendo percibir más allá de lo obvio.
El pensamiento me
pudo: se observa mejor en silencio. Al fin y al cabo hay un alguien, del otro
lado, que a través de una selección no azarosa de retazos, líneas, formas,
colores, matices, texturas y demás elementos, intenta manifestar a un otro algo
que merece ser escuchado con la vista. Y eso requiere, a mi entender, silencio.
Me dejé entonces
llevar por una ventana que contempla un reflejo acuoso de una ciudad a media
noche, por un tul blanco que rodeado por un texto escrito a mano alzada da
cuenta de un agradecimiento que el tiempo no borra, por una mirada perdida en
el horizonte compuesta por retazos de mil revistas que como cada mirada se
compone de mil recuerdos e historias nunca contadas. Y me dejé llevar por el
juego inocente de luces y sombras en los vestidos fluctuantes de un grupo de
bailarinas, por las escaleras rotas de una vieja casa bañada en enredaderas,
por el sonrosado cabello de una modelo, el sombreado azulado de sus ojos, y la
lágrima a tono que recorría su mejilla.
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