jueves, 15 de septiembre de 2016

SE GRITARON LOS SILENCIOS

La casa añosa, lo recovecos conocidos, los pasillos transitados, y esas habitaciones donde se lo esconde todo. Pasa que el tiempo acentúa los pasos ya andados, y da la sensación que hay huellas que no se borran. Los caminos de la cama al comedor, del vestíbulo al patio interno, de la biblioteca a la sala de estar, están ya dados; surcados podría decir. Estipulados con estrategia meticulosa a fin de evitar choques inesperados, no sea cosa que… justo a esta altura… el horno ya no está como para.

En el silencio sepulcral, un grifo se abre y un chorro de agua fría acentúa los tintes grises de la escena. Desde el reflejo que devuelve un botiquín con lustroso espejo, dos ojos miran sin querer a su derecha. El chancleteo indica que hay que ir abandonando el recinto. Huir por las tostadas quemadas y el café hirviendo, dar un pequeño paso por la biblioteca y destrabar el último ejemplar, para refugiarse bajo las sombras del patio interior.

Rostro enjuto, ojeras marcadas. Pasos arrastrados y una figura encorvada. Llegar al lavado y rumiar las costumbres. El jabón ensopado, los restos de la afeitada. Algo que se revuelve en el estómago, y ese "qué sentido tiene" que lo mata todo. Toma el peine de la abuela, y desenreda con solemnidad los rizos blondos que la herencia le ha sabido dejar. Escucha la madera añeja de la biblioteca que cruje cuando con fuerza se saca un libro puesto a presión, y entiende que la cocina está libre.

El sol del mediodía raja las piedras, y hace al anciano entrar al hogar. El plato de lentejas humeantes en la mesa, y esa anacronismo gastronómico que se pronuncia como una provocación, "pero para qué" reza para sus adentros. Levanta ambos platos, como la caballerosidad demanda, y prende la cafetera por el segundo brebaje del día. Ella acepta no por deseo sino por castigo, "para que haga algo".

Y viene entonces las miradas mudas, el respirar profundo, el diario que quita la incomodidad del silencio y el revisar los fúnebres que recuerdan la esperanza de que un día todo esto se termine. "Murió la chola" dice él. Levanta las cejas con cernida congoja ella. 

Y fue automático, no sé si ese día se habrán alineado los astros, si el hastío colmó el vaso, o si el equilibrio tácito del silencio se quebró por exceso de mesuras. Y tan podridos de todo, de todos, de las rutinas y costumbres, de él y de ella, de sí mismos y de esa vida sin sobresaltos, sin colores ni sorpresas, decidieron gritarse a dos voces el sin razón. Y se gritaron como nunca, porque no querían callar como siempre. Y las palabras brotaron a borbotones, manchando el mantel, cortando el diario y hasta enfriando el café.

Pero, por vez primera, pusieron en palabras el descontento. Pusieron en palabras las costumbres, los sentimientos amontonados, los recuerdos olivados. Pero, por sobre todo, pusieron por vez primera en palabras las nostalgias de una esperanza viva que no querían dejar morir. 

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