martes, 7 de junio de 2016

SILENCIOS

Rostro enjuto, pelo anidado. Una pena en el alma te hace entrar gritando. Algunos creen que el chascarrillo o el golpe del recreo, pero ha sido aquello que no has contado.

Cubres tu cabeza, tapas tu rostro. Escondes así tus ojos de esa realidad que tanto desprecias. Te toman, sujetan tu brazo y, con firmeza apática, piden te tranquilices. Que levante la mano el niño que con un grito se calma! - ironizo en mis entrañas. 

Tan pequeño y tan turbado. Pocos días y demasiados llantos. Así la vida desordenada de quienes no pensaron en ti, dejan marcas que el tiempo no sabrá borrar.

Me acerco, reverente. Toco tu espalda. Te llamo por nombre, y cuando me miras, respetuoso pregunto si el mío quieres conocer. Aceptas, entonces me presento. Pregunto qué pasó, pero no quieres hablar. Entiendo, entonces te invito a la rutina de hacer lo debido; los deberes. No es momento, no quieres.

Propongo entonces ordenar las cuestiones. Guardamos el libro, juntamos las migas. Tomas el envoltorio abierto, los restos del sacapuntas. Colocamos las hojas en su lugar, y de a poco el escritorio se vuelve otro. 

Insisto, como el deber demanda, y aceptás. Completamos los renglones, buscamos en el diccionario. Copiamos del pizarrón y de a poco avanzamos. Pero te vas. Te vas en tus cavilaciones que poco tienen de niño. Te vas y te pierdo.

Pregunto - en qué pensás -, y me decís que en nada. Insisto. Decís que - en un juguete -. Te miro y tus ojos están lejos. Te perdiste allá, en algún recuerdo, o en algún intento por no recordar. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario