jueves, 23 de junio de 2016

LAS PALABRAS

Un manojo de carcajadas y alguna lágrima socarrona que se escapa. Trata de explicarme tentada, mi hermana, esa palabra que apenas puede pronunciar. "Las corvas, las corvas". "Qué qué?" - pregunto. "Que tu madre dice que le duelen las corvas". Y explotamos en risa de nuevo, mientras ella y sus dolores no comparten la carcajada. Se queja mi progenitora, acentuando la costumbre, y tratando de adoctrinarnos con su palabra.

El obituario colectivo esconde entre sus anaqueles palabras que el tiempo intenta borrar. Por costumbre, por desuso o porque otros no las entienden, nos llamamos a la tiranía de hablar como todos lo hacen, de usar cortas palabras que resumen el pensamiento popular y dan marco suficiente a las charlas superfluas que rumia la sociedad.

Una sobre mesa y el hervor del agua que rellena las tazas desprende un aroma a frutos rojos que tiñe la escena. La charla discurre lenta y pensativamente; como la costumbre lo pide y los convidados disfrutan. Sale entonces esa frase que desde entonces guardo en mi memoria: "es que siempre lo decimos, en realidad los sinónimos no existen".

Puede el que enuncia decir que la tristeza, el pesar y la angustia son todas a la vez una misma cosa. Pero pregúntenle a quien se le anuda la garganta y se le cierra el pecho sí hablar de tristeza es suficiente. Lo grande, pesado y profundo del dolor no puede grabarse en un "anda mal". Cada palabra en su semántica, sonoridad y afectividad, adquieren una función única, irrepetible y necesaria. Que me traten de colifato por elucubrar cada término, pero no encuentro forma más fiable de representarme lo que veo.

Pasaron los años y revisando apuntes de tierras extrañas, la carcajada volvió.  Se vuelve inevitable entonces el recuerdo, y me vi en la obligación de reconocer mi/nuestro error. "Mamá a que no sabés que encontré leyendo para la maestría, si existían las corvas".

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